martes, febrero 27, 2007

LA CAMA GRANDE


Si en algo estuvimos de acuerdo, al principio, es que la cama tenía que ser grande, grande y única. Así podríamos estar juntos y a la vez lejos. Esto no lo dijimos explícitamente pero lo pensamos cada uno por nuestro lado, sin confesarlo. Con una cama así, de ese volumen, los demás aspectos de la convivencia, aunque no lo parezca, resultaban claramente favorecidos.
Vivíamos en una gran ciudad, que como todas las grandes ciudades únicamente dispone de pequeños espacios para la gente. Casi me gustaba estar todo el día apretado: en el autobús, tomando café, por las concurridas aceras... así, cuando llegaba la noche al horizonte de la cama, los sueños cabalgaban como si no tuvieran límites.
A la cama fuimos llevándonos primero los periódicos y después algunos libros, muchos cojines y hasta muñecos de peluche. Era más práctico tenerlos allí porque así no tenías que levantarte a por ellos, además de que no ocupaban casi ningún espacio. Un día que quería ver una retransmisión nocturna me llevé la televisión y la dejé a los pies de la cama, donde se quedó.
De este modo, en los alrededores de la cama se fueron acumulando las pequeñas cosas que, en ocasiones, son necesarias. Para tomar alguna copa, se dispuso de un pequeño mueble-bar y para hacer un rápido desayuno una tostadora y un calentador eléctrico.
Cuando andábamos buscando algo siempre decíamos: “¿Has mirado en la cama?, me suena que la última vez lo vi por allí”. De esta manera, cuando algo no tenía sitio iba a parar a los alrededores de la cama, donde no tenía pérdida si alguna vez era necesario encontrarlo rápidamente.
Los domingos tocaba limpieza de cama. Se cambiaban las sábanas y se apilaban las cosas según su tamaño, ocupando los lugares inferiores las cosas mayores y, por tanto, más estables. En esos momentos de orden extremo, la cama podía alcanzar una altura de unos tres metros y medio, pero disponíamos de una escalera metálica para acceder a los estantes superiores.
Para trabajar, instalamos ordenadores en la cabecera de la cama.
El frigorífico, la lavadora y la ducha abandonaron sus emplazamientos originales y se fueron instalando en los aledaños de la enorme cama, la cual, a pesar de su descomunal tamaño inicial iba aumentando con los accesorios que le íbamos añadiendo.
Llegó un momento en que ya no podíamos salir de la cama, pero en realidad no nos importaba pues todo lo que necesitábamos se encontraba a mano. Lo peor era que la cantidad de cosas que, pese al escrupuloso orden, habían ido ocupando la cama redujeron el espacio útil al mínimo. Yo dormía en cunclillas junto a un potente ventilador que refrigeraba el ambiente durante los horribles meses de verano y ella se había perdido hacia el sur, más allá de las estanterías de lírica provenzal y de sus suntuosos vestidos de noche, ordenados en la lejanía según los colores y las estaciones del año.
En estas condiciones los sueños fueron perdiendo su inicial vigor. Ya no estaban llenos de imaginación y de abundantes sorpresas, sino que eran tan tristes que la mitad de los días ni siquiera los recordaba. Una noche llegué a soñar que no tenía casa e iba transportando en un carrillo todas mis pertenencias buscando por las esquinas algún lugar donde dormir. Elegí un lugar poco iluminado y dispuse unos cartones por el suelo para protegerme de la humedad. Mirando el cielo y con toda la enorme calle vacía para mí, me di cuenta de que se estaba bien. Alargué el brazo y del carrillo cogí la botella de vino. Todo lo que necesitaba se encontraba al alcance de la mano. Había oído que querían hacer una ley para prohibir el consumo de alcohol. ¡Qué hijos de puta!. ¿Por qué no hacían una ley que prohibiera levantarse y así yo podría quedarme allí tranquilamente quieto?.

viernes, febrero 23, 2007

DE COLOR BLANCO


Lo que a ella le parecía vulgar, para él era irrepetible. Cuando ella subía, él bajaba.

Las nubes se instalaron un tiempo sobre la frente de él, impregnando el entrecejo con su vocación de alturas.
Miraba ella la pared, el reloj de pared, los muebles junto a la pared.

Ya no pudo resistir tanta explosión resguardada y se olvidó de lo que estaba pasando. Fue un instante. No había habitación, ni sudor, ni nada. Todo era como una canción muy antigua de color blanco, como si estuviera en el campo y hubiera pájaros.
Se puso el pantalón, los zapatos pero se dejó la sonrisa olvidada junto a la almohada. Bueno también dejó algo justo al lado de la lámpara.

martes, febrero 20, 2007

PRIVACIDAD EN TELÉFONOS MÓVILES



Como es bien sabido desde que las comunicaciones de voz tienen formato digital son susceptibles de ser tratadas informáticamente a gran escala, es decir, se pueden analizar todas las conversaciones que se producen en una ciudad, por ejemplo.

Los resultados que un potencial intruso considere interesantes puede grabarlos para darle cualquier insospechada utilidad.

Para defender la privacidad de las llamadas que, por ejemplo, realizamos con el móvil y que únicamente nuestro interlocutor pueda escucharlas la tecnología, al amparo de las Leyes Orgánicas de Protección de Datos, ha introducido los sistemas de encriptación.
Encriptar un mensaje consiste en disponer de una clave para codificar o enmascarar el mensaje. Posteriormente el mensaje se emite codificado, de manera que si no se conoce la clave no se pueda descifrar.
El problema que existe es que la clave deben conocerla los dos extremos interlocutores y para ello debe emitirse sin encriptar todavía, por lo que pudiera ser captada por terceros.
La manera en que esto se ha resuelto es la siguiente:
- Cada punto de la comunicación genera internamente una semiclave que solo él conoce.
- El extremo A emite un mensaje con su semiclave al B, sin identificarse.
- De la misma manera procede el emisor B.
- Ambos extremos forman la clave completa,a partir de las dos semiclaves (la que tenían + la que han recibido), con lo que pueden iniciar una nueva comunicación ya encriptada.

De esta manera un potencial intruso debería captar el mensaje con la semiclave A, captar el mensaje con la semiclave B y relacionarlos, cosa prácticamente imposible, incluso para instituciones tan poderosas como las propias compañías de teléfonos, ya que en estos mensajes está identificado el receptor pero NO el emisor.

La compañía Cerulle, en su nuevo modelo XT-2137 [1], en lugar de actuar sobre de datos para generar su semiclave, lo hace a partir de las primeras palabras de voz que se emiten, ya que considera la propia voz de cada usuario más segura y difícil de reproducir que cualquier generador automático de claves. Al proceder de este modo se ve obligada a interrumpir momentáneamente la comunicación para pasar a la emisión encriptada, cosa que es aprovechada por las compañías de teléfonos para facturar a sus clientes dos establecimientos de llamada en lugar de una.[2]

Muchas personas que desconocen estos procedimientos inician sus conversaciones con las mismas palabras y con la misma cadencia de voz: "Sí, digamé" o "¿Está María José?" con lo cual, además de pagar el doble, las medidas de seguridad desaparecen.
Es muy conveniente utilizar ciertos recursos en el momento crítico del inicio de una conversación como hablar en falsete, imitar al pato Donald, etc... (cada vez uno diferente) y también decir frases no habituales o simplemente números o letras aleatoriamente.
Sobre todo es muy importante no reírse en estas circunstancias, ya que las carcajadas son muy fácilmente decodificables.
A modo de ejemplo, a continuación reproduzco la última conversación telefónica que mantuvimos mi hermana y yo, con objeto de quedar para ir al cine, eludiendo con inteligencia los sistemas de intromisión.


Como han podido comprobar, se ha introducido al final de la conversación un sonido distorsionante y sumamente desagradable, con el objetivo de disuadir al espía de volver a sabotear nuestro terminal. Disculpen las molestias.



[1] Otros móviles dispondrán de características parecidas, pero no dispongo de esa información.

[2] La manera de desactivar la función de generación de claves a partir de la voz y pagar únicamente un establecimiento de llamada es introducir el código #nodoubl#. Para realizar la operación inversa hay que poner #double#.




Ilustración: Apeiron.La otra cara

sábado, febrero 17, 2007

CAMBIOS BRUSCOS



Cuando llegué, como siempre, a las 7:00 en punto de la mañana a mi lugar de trabajo en el aeropuerto de Barajas, me encontré, como el resto de controladores aéreos, la sala desierta y los equipos apagados.
¿Qué pasa?, nos preguntábamos unos a otros, temiendo cómo mínimo un sabotaje del terrorismo internacional que hubiera inutilizado todas las infraestructuras.
Sin embargo, el panel general de control no presentaba la más mínima incidencia. Todos los equipos se encontraban en perfecto estado de servicio.
Haciendo gala del espíritu que preside la profesión, cada uno fuimos ocupando nuestro puesto normalmente con la esperanza de recibir rápidas instrucciones y proceder, en lo posible, a restablecer la normalidad.
Quizás la dirección, desesperada, conociendo nuestras abusivas pretensiones económicas en connivencia con el SEPLA, sindicato de pilotos, había realizado una maniobra suicida, subcontratando el servicio a alguna osada ETT, capaz de realizar el trabajo aunque fuera bajo niveles de seguridad mínimos.
Pero no era el caso.
Salvo el despegue circunstancial de alguna aeronave, el tráfico en el aeropuerto era prácticamente inexistente.
A nuestra sala empezaron a llegar nuevos trabajadores: de Facturación, de Mantenimiento, de Equipajes, de Emergencias...Prácticamente, todos los empleados del aeropuerto nos encontrábamos en la torre de control.
La voz del Gerente de Instalaciones acalló de golpe todos los murmullos.
“Por favor, saquen sus teléfonos móviles y vayan acomodándose lo mejor que puedan. Como ven, a partir de ahora, los puestos de trabajo tienen que ser más reducidos para que todos tengamos cabida”.
Codo con codo nos fuimos acoplando. Muchos recién llegados traían sus propias banquetas, los otros se sentaban por donde podían. No pude negarme a compartir mi butaca con una chica, que afortunadamente era delgada.
“La producción de nuestra empresa ha cambiado bruscamente, debido a las condiciones de mercado. A partir de ahora, nos dedicamos al Servicio de Atención Telefónica Al Cliente. Nos llamamos SATAC. A través de sus móviles de localización, propiedad de la empresa, les llegarán consultas. Respondan lo mejor que puedan. Les informo que las conversaciones van a ser grabadas como medida de control. A través de los equipos de control del trafico aéreo se ha habilitado la conexión a internet.”
Un compañero de la primera fila abandonó su puesto: “Esto vulnera las condiciones mínimas de trabajo, es inadmisible”. Todos pensábamos como él y así lo mostrábamos asintiendo con las cabezas.
“Se trata de una RE-CON-VER-SI-ÓN. Quién abandone su puesto, pone fin a su contrato de trabajo. Entiendan que la empresa está haciendo un E-NOR-ME ES-FUER-ZO respetando el resto de las condiciones laborales”
El hombre pensó en sus hijos y comprendió, volviendo a su sitio, aunque ya se lo habían ‘quitao’.

Los móviles empezaron a sonar y la sala se llenó del bullicio alegre de un mercado o, mejor aún, de la bolsa de valores. Nunca había estado tan viva.

Debido a mi sólida formación, antes de controlador había sido taxista, la mayoría de las preguntas me las sabía e incluso resolvía, en ocasiones, las dudas que surgían en los alrededores. Después del susto, no era para tanto. Me encontraba bien. En seguida se organizó un solidario servicio de puesta en común de conocimientos: “¿Quién sabe una marisquería económica en el barrio de Lavapiés?” “La Bogavanta Dorada, calle Altamirano, 28, si no es el 28, que pregunte”.

Así fue transcurriendo la mañana, apretado junto a Marcela, que así se llamaba mi sonriente compañera de silla, por la que empezaba a sentir una incipiente simpatía, que se consolidó definitivamente mientras compartíamos el desayuno en la media hora de descanso, eso sí, acompañados también de nuestra silla que nos llevamos preventivamente por temor al hurto.

Al término de la jornada, el Gerente nos felicitó por nuestro ejemplar trabajo. “Mañana volverán ustedes a sus puestos normales de trabajo, nos dijo.
Entiéndanlo, concluyó, el Aeropuerto no puede permitir la desocupación de todos sus trabajadores porque a unos desalmados, después del dia sin móviles, les haya dado por organizar EL DÍA SIN AVIONES.



viernes, febrero 16, 2007

PASTEL DE CUMPLEAÑOS



No se estaba tan mal allí dentro. Cierto es que no disponía de luz y que el espacio era muy reducido, pero merecían la pena todos estos pequeños esfuerzos, si atendemos al resultado final.
Para combatir la lentitud del tiempo estaba provisto de cigarrillos, un libro y algo de música, aunque todavía no había empezado a utilizarlos a pesar de que, según calculaba, llevaría ya unos veinticinco minutos acurrucado, por lo menos.
El tiempo, allí dentro, era parecido al de una noche en vilo que nunca se termina. Había hecho muy bien en no traer el reloj fluorescente. Mirarlo cada cinco minutos es muy inquietante para el que únicamente espera.
Sólo se escuchaba el silencioso respirar propio, nada. No sabía por qué, pero, pese a estar inmerso en la más absoluta oscuridad, tenía los ojos sumamente abiertos, como platos. Había que relajarse, acompasar la respiración a la quietud de aquel incómodo sitio. Fueron cerrándose suavemente los párpados a la vez que aparecía en la mente la luz de la imagen de Rafaela.
Rafaela, la muchacha que desde hacía un par de años se había colado sin avisar en el interior de la cabeza. Rafaela, el centro del universo. Rafaela celebrando su cumpleaños y a punto de soplar las velas de una tarta con sorpresa.
Imaginaba qué cara pondría al verlo salir de allí dentro, como si fuera la última escena de una película technicolor en la que ellos dos eran los protagonistas.
Sonriente y encantador, del interior del pastel aparecería él, el auténtico regalo de cumpleaños y todos los invitados aplaudirían con lágrimas en los ojos, especialmente ella misma, por cuya felicidad Rafael era capaz de hacer todo aquello y mucho más.

Pero, ¿cuánto tiempo tendría que resistir allí dentro, todavía?. La respuesta no era preocupante, es más, una nube de chocolate procedente de la reacción entre las capas inferiores de la tarta y la complacida paciencia de Rafael lo sumió en un reparador y delicioso sueño.
El durmiente y la oscuridad se habían fundido en un prolongado abrazo que solamente el transcurso del tiempo podría deshacer.

En la confusión que siguió a su turbulento despertar, Rafael, sin embargo, no hubiera sabido ni el tiempo ni el lugar en que se hallaba, si no hubiera acertado a incrustar la mano derecha hasta casi el codo en las profundidades del pastel. Este movimiento accidental, por fortuna, le proporcionó una alimentación abundante que, posiblemente, tras el disfrutado descanso, era lo que más necesitaba.
Tal era el hambre, que hasta que devoró con rapidez toda la ración no se tuvo por contento, ni recabó en la importancia que tenía una cuidada higiene en esta delicada situación. El mal ya estaba hecho y los restos del convite prestaban al firmemente enamorado una dulce y oscura apariencia, sobre todo desde los alrededores de la boca hasta las mismísimas cejas.
A la manera de los pulcros felinos tuvo que ir reconstruyendo su aspecto relamiéndose con gusto la fina capa de chocolate que bronceaba su otrora pálida piel. Ante el temor de que el tan esperado momento se fuera a producir de inmediato y para asegurarse que el aseo había sido efectivo encendió el primer cigarrillo. A cada chupada se iluminaba ligeramente la estancia, pudiéndose comprobar que las dimensiones del recinto eran más generosas de lo que en un principio, por miedo a rozar el pastel, había supuesto. Constaba el habitáculo en dos diferenciados ambientes: dormitorio y sala de estar.
El dormitorio era, básicamente un confortable colchón de aire que, por descuido, todavía no había sido utilizado y una percha de donde colgaban pijama y albornoz. La sala de estar, equipada de mesita, sillón orejero y chimenea, permitía estirar completamente las piernas aunque no del todo los brazos. Echó de menos la televisión, el frigorífico, el microondas y el baño, sobre todo esto último, aunque, después de la minuciosa limpieza a que se había sometido, no era necesario, por el momento.

Estos pasteles sorpresa de chocolate están muy bien pensados, los hacen a conciencia, se dijo para sí. He elegido muy bien la empresa multinacional suministradora.

En esto se abrió una trampilla hasta ahora oculta y cuando pensó que el momento de salir había llegado, al toque de una campanilla se le proporcionó el desayuno: café con leche, tostadas y sándwich de jamón. ¡Buen provecho!, se escuchó desde el otro lado de la pared. Gracias, ¿falta mucho?. Pero no obtuvo respuesta.

Los días en el interior del pastel de chocolate fueron transcurriendo monótonos, sin pena ni gloria. Si no fuera por los apuros que las inexcusables necesidades fisiológicas le producían, se diría similares a los de su vida normal. El trasiego de residuos se hacía a través de la trampilla y según horarios decididos sin haber sido consultado previamente. Este hecho puso en peligro en más de una ocasión la salubridad del pastel. Rafael quiso interponer alguna reclamación pero la rapidez con que actuaban los hacendosos camareros no le dieron oportunidad.
Posiblemente, en el interior de un pastel, los hábitos del cuerpo sufren severas alteraciones. Los intestinos se comportan de modo hiperactivo y las sesiones de sueño suelen ser muchas y de corta duración. Si no fuera así se diría que ya habitaba el pastel durante varias semanas. Llegó a pensar que, con la excusa del cumpleaños, había sido secuestrado por una banda de delincuentes que solicitaban un elevado rescate a fin de enriquecerse pero, ante la escasez de sus haberes, desechó la idea.

Cuando había perdido gran parte de las esperanzas iniciales, una música triunfal retumbó en el exterior del pastel. En lugar de la pequeña trampilla, esta vez una muchísima mayor se abrió de par en par, inundando de luminosidad el asombrado rostro de Rafael, que creyó ver visiones, tal era el efecto que produjo en sus atrofiados ojos el cambio de intensidad lumínica.

Allí estaban todos. Todos los que tenían que estar:
Sus padres, junto a su hermana Rosalía que llevaba un formidable ramo de rosas negras. Sus compañeros de trabajo encabezados por el director de recursos humanos, que portaban sonrisa de circunstancias y placa conmemorativa.
Sus amigos, tanto de barra como de facultad, mezclados en amigable camaradería y entonando exaltados canciones de la famosa tuna compostelana.
Y, descendiendo de las alturas, Rafaela, acompañada por dos niños a modo de angelicales criaturas que, con primor, le ayudaban en el transporte de suntuosos plumajes, aderezados con ropajes de delicada seda transparente.

Había merecido la pena. Lo habían sorprendido de verdad. Él era el verdaderamente homenajeado. Un cartel anunciador lo proclamaba con caracteres rojos sobre fondo gualda: “Feliz 47 cumpleaños, 24 de Febrero de 2007”.
En efecto, recordó, tal día como hoy hace cuarenta y siete años exactamente llegué a este mundo en un pequeño pueblo de la submeseta sur. Desde entonces, con sacrificio, había hecho grandes avances hasta convertirse en el hombre de provecho que todos reconocían.
Quiso esbozar unas sencillas palabras de agradecimiento pero, en lugar de esto, una traidora lágrima verdadera rodó por su descuidada barba, ya ochenta y ocho días sin afeitar.
El cielo, se dijo, debe ser exactamente como un pastel de chocolate en el centro de una luminosa sala de fiestas blanca.
Cuando descendió del todo Rafaela, visiblemente pálida por el miedo con que había afrontado la bajada, no tuvo por menos que ponerse tres de sus dedos enfundados convenientemente en unos apropiados guantes sobre la sensible nariz. Los infantes de compañía se pusieron desconsolados a llorar y un estruendosa ovación procedente de todos los rincones se mezcló con los acordes del himno nacional.

jueves, febrero 15, 2007

FOTOGRAFIAS



Ayer hice 3 fotos, 2, si quitamos la primera del árbol. Era únicamente un árbol pequeño.
Quería entretenerme un poco, saber si le doy bien al botón. En realidad, hacer una fotografía consiste en darle a un botón que hay en la cámara. Bueno, también hay que mirar por el agujerillo y cuando te guste lo que se ve le das al botón.
A mi me gustó lo que vi 2 veces, 3, si contamos la del principio con el peral pero no lo cuento porque como era la primera vez lo miré con ganas de que me gustara. Después salió muy bonito, con muchas peras y el cielo por detrás y por arriba y por todos los sitios. Un buen peral.
Era un peral muy parecido al peral de verdad. Tan parecido que también me gustaba la propia fotografía suya, así que ya por la tarde miré por el agujerillo y le dí otra vez al botón esta vez apuntando al peral de fotografía. Vaya, eran casi iguales. ¡Qué perales más bonitos!, quien lo dijera.
Después, por la noche, las estuve mirando un buen rato. Las fotografías se estuvieron quietas. Cuanto más las miraba más quietas estaban. A veces, dejaba de mirarlas y de golpe las miraba para ver si las pillaba, pero ya no podía notar las diferencias porque no me acordaba de cómo las había dejado la última vez que dejé de verlas. Para acordarme tuve que hacer una tercera fotografía, se la hice a la fotografía del peral de fotografía, no al otro. La verdad es que esta última fotografía no debería contarse porque es una fotografía meramente testimonial, pero, está bien, la contaremos.
Todos sabemos que las fotografías se mueven. Para hacerse más bonitas, para modificar su aspecto, por cualquier causa. Se pueden mover porque hace un poco de viento, por ejemplo. Hay incluso fotografías que cambian de colores, otras se tuercen, en fin... (el que no se lo crea que se lo pregunte a Tatiana Lloret).
Pero éstas, no sé, si es que se movían a la vez como si fueran de un ballet o qué pasaba, pero yo no conseguía por mucho empeño que pusiera apreciar diferencia alguna. Tanto es así y de tantas formas las espié que al final ya no sabía qué fotografía era cada una. Si era la del peral, si era la de la fografía del peral de fotografía...
Total, que ya me he 'cansao' de hacerles fotos a los perales estos.

miércoles, febrero 14, 2007

VALENTIN Y CAPITAN


Valentín Gallardo, soltero e hijo único, quiso ser paje y para ello lo llevaron a la noble casa de los Rocafría. Como el muchacho era zurdo y la sopa se sirve a derechas, lo nombraron primer paje del pajar, ocupándose, en lugar de servir a los señores, de atender a los animales, menos exigentes en cuanto a la utilización de las manos se refiere.
Entre los animales propiedad de la casa existía una vacada de reses bravas del encaste de Jijona, que campaba a sus anchas por una sierra cercana. De todo el ganado, un toro color del fuego, al que Valentín llamaba Capitán,sobresalía por su bravura, que era tanta que no sólo arremetía a los vaqueros sino también a sus propias compañeras, con las cuales se ensañaba, sin que se supiera el motivo.
Un día Capitán, bastante asustado, se alejó del resto de las reses buscando las cumbres de la sierra y Valentín, que todavía no era santo, hubo de salir en su busca siguiendo la sendilla que lleva a la ermita de su futuro colega, San Cristóbal. Se celebraba allí en esos momentos una verbena, y Valentín se entretuvo un poco mirando las gentes que bailaban. De pronto una buena moza, conocida desde entonces por Valentina, se acercó al muchacho y le estampó, como era tradición, un huevo duro en la frente.
Corría el día 14 de febrero de 1731 y fue tanta la vergüenza que pasó el santo que desde aquel día se dedicó por entero a cuestiones teológicas, siguiendo el ejemplo de su amigo Capitán, el cual desde el monte, negro de coraje como un anuncio, había contemplado una afrenta similar a las anualmente practicadas también por algunas especímenes del ganado vacuno.
Desde aquel día, conociendo la fragilidad del sexo contrario, las mujeres en connivencia con los mercaderes, tomaron la costumbre de chantajear a sus maridos, haciendo su agosto a mediados de febrero.
Esta, y no otra, es toda la relación que existe entre San Valentín, los toros y el famoso día de los dulcemente enamorados.

sábado, febrero 10, 2007

PERITONITIS AGUDA


Ayer por la mañana tuve que ir al hospital Esteban Figueroa donde han operado a mi primo de peritonitis, es decir, de la barriga. Desde la muerte de sus padres, se aficionó a la comida de bote y su barriga fue creciendo como bola de nieve hasta que empezaron los dolores y, tras acudir a una consulta, fue descubierto por los doctores.
Por comida de bote entiendo los botes de cerveza fría, directamente del congelador.
Yo ya se lo había advertido: Esteban, tenemos que preocuparnos un poco más, cuidar nuestra alimentación, hacer ejercicios, por lo menos leer algún periódico o ver siquiera la televisión, dicen cosas de interés general.
Hablaba en plural para que no se sintiera directamente aludido, y él, en lugar de hacerme caso, va al médico de cabecera, seguramente influido por su mujer.
Antes de visitarlo en el hospital, me encontraba bastante nervioso. Acceder a estos terribles lugares es sumamente difícil y arriesgado. La mayoría de las veces no te dejan pasar si no dispones de ciertas credenciales autorizadas. No obstante, como contrapartida, me acuciaba un fuerte deber familiar para con el enfermo. Era mi único primo, de mi misma edad. De pequeños habíamos ido juntos a la escuela, juntos nos habíamos defendido, hasta habíamos jugado felices por el parque al trompo y a las bolas con nuestros pantalones cortos.
Tenía que vistarlo costase lo que costase.
Por ser felices entiendo merendar pan y chocolate y por jugar a las bolas, echar mentiras tan gordas que van creciendo rápidamente a la vez que te las vas inventando.
Para empezar, ya en la puerta estaban apostados dos guardias de seguridad vigilantes. No tenía plano directriz y tanto las puertas como los pasillos de estos lugares están diseñados con tal maestría que, aunque consigas colarte en la entrada, acabas irremediablemente perdido entre sus clínicos entramados laberínticos.
Después de una hora deambulando por la entrada aguzando el ingenio tuve la fortuna de que en las puertas del hospital acaeciese el desmayo de una anciana, de manera que la anciana, su marido y yo, que me uní al traslado de la afectada en calidad aproximada de hijo, accedimos al recinto en busca de urgente atención médica.
Una vez dentro del recinto, todo el mundo lo sabe, si se quiere llegar a las habitaciones de los enfermos graves, es recomendable alejarse de los lugares donde haya público, aventurarse por los caminos señalizados con: "Prohibido el paso" y utilizar el servicio de ascensores para uso exclusivo del personal facultativo.
Gracias a Dios, en estos sitios las diferentes plantas están numeradas y etiquetadas, la mía era la quinta: Aparato Digestivo. Mi estrategia básica consistía en preguntar a las enfermeras hacia donde se encontraba la salida, para posteriormente dirigirme en sentido contrario. Estas uniformadas mujeres tienen tanta prisa y están tan sumamente atareadas que no se dan cuenta de lo que se les pregunta, cuanto más de la dirección que toma el demandante.
Después de algunas investigaciones y correcciones, por fin, llegué a la habitación de Esteban, el cual se encontraba echado hacia el lado izquierdo. Su mujer, por llevar la contraria, hacia el derecho. Sus hijos no habían acudido ya que se encontraban en época de exámenes.
Esteban estaba tan enfermo que no tenía muchas ganas de hablar, supongo. En realidad, nunca hablaba, por eso cuando entré permanecí observándolos en silencio, sin ni siquiera dar la luz de la habitación.
En la oscuridad no se veía mucho, por lo que, según creo, no se dieron cuenta que tenían visita.
Posiblemente ni siquiera fueran ni mi primo Esteban ni su mujer quienes se encontraban allí, sobrellevando estoicamente el periodo postoperatorio. Además había un ramo de flores sobre la mesita blanca y mi primo la primera y única vez que recibió flores fue a la edad de veinticinco años, como agradecimiento, una vez que rescató a un niño que iba a perecer ahogado en la laguna Esteban Figueroa.
Curiosamente el hospital y la laguna tenían el mismo nombre, observé. Fue en ese preciso momento cuando me dí cuenta de la sospechosa coincidencia y empecé a atar cabos. Los hijos de Esteban también estudiaban en la Universidad Esteban Figueroa, incluso el domicilio familiar se encontraba en una calle con ese nombre. Demasiadas coincidencias. Antes de salir a la calle a toda prisa había resuelto el terrible misterio. En realidad, mi primo, el peritonítico, era el auténtico Esteban Figueroa y todo lo que tenía relación con él acababa llamándose de ese mismo modo, no sé si en honor a los méritos e importancia de mi pariente o por una simple costumbre familiar nuestra y de nuestros antepasados, la estirpe de los Figueroa, entroncada con las casas de Casares y de Rocafría.

jueves, febrero 08, 2007

FÁCILMENTE IRSE


Eva Soto Revuelta se fue a dormir mucho antes que los demás. En realidad no tenía sueño pero quería salir de aquel bullicioso ajetreo, así que bostezó y se despidió de todos con cara visiblemente cansada. Para que no se marchara sola, Felipe se ofreció a acompañarla y lo hizo hasta la calle Sierra de León donde consiguió parar amablemente un taxi. No les dió tiempo a conocerse, tampoco a hablar de los exámenes que Felipe se traía entre manos, ni siquiera de Zaragoza, lugar donde había nacido hacía ya unos veinticuatro años. El taxi era del rayo y Felipe, que nunca había estado en el estadio de Vallecas, levantó la mano en señal de despedida, permaneciendo de pie junto al semáforo verde mientras caían los laterales de su abrigo largo hasta casi el suelo .
Eva Soto Revuelta miró su reloj que marcaba las doce y veintidos. Como no podía fumar hasta finalizar el recorrido, recurrió a acordarse de las gafas negras de Felipe, de pasta gruesa y rectangulares. A partir de las gafas, para ir rellenando el espacio vacío, aparecierón también la cara y el pelo de Felipe, que parecía decepcionado, con la mano derecha arriba y sonrisa de niño vencido.
Aunque Felipe andaba ya de regreso al nocturno cumpleaños, bastante lejos del semáforo, a Eva le pareció que continuaba allí y le agradó su persistencia, aunque también le dió un poco de pena. Desde entonces no le inquietan las obligadas esperas ante el semáforo, a bordo de su antiguo Renault Clio e incluso mira por el espejo retrovisor una vez que los rebasa, sin saber todavía que prefieriría: si encontrarse con una mano arriba o una pequeña sonrisa.

viernes, febrero 02, 2007

QUISO IRSE


Se quería ir, pero fue despacio.

Un día se fueron los guantes y la lengua.
Paseaban sin hablar, pero cogidos de las manos desnudas.
Era invierno y se besaban los labios,
pero no las lenguas,
ni las manos.

Se despidieron con los ojos que todavía se miraban.

Desaparecieron después
la salud y los pendientes.
No le importaba mucho porque todavía
la saliva y los dientes blancos
lo inundaban.

Al final fueron las maletas
y las piernas, llevándose también la silueta.
Estuvo mirando un rato
y cuando ya no la distinguía
le pareció
que la culpa había sido de la niebla


Antes de irse del todo
dejó recuerdos.
Frente al televisor encendido
fue quemando algunas fotos
que olían a plástico negro.

En algunas no tenía guantes,
en otras
no tenía
hijos.

BELEN



Un día apagué la luz a las 20:04 (9 minutos tarde) y Belén había desaparecido. Como nunca existió no llamamos a la policía (llevan palos, me parece) y tampoco nos ocupamos en buscarte, ni siquiera yo mismo que, en realidad, era el más únicamente afectado.
Como te ibas para siempre me subí un poco para despedirte. Desde arriba, Belén, la triste, la silenciosa, la que yo amaba, sobre todo cuando ladraban perros, parecía un muñeca rusa mía hueca.
Ahora, en cambio, sí que te busco por las paredes de las huertas como si hubieras sido una mariposa.
Si no te hubieras ido sin despedirte, no estaría tan preocupado, ni me apartaría de las aceras, mientras me hago yo mismo tus reproches.
Nunca fui a esperarte a la estación por la que te traían en vilo, como si no tuvieras piernas. Ya ves, a ti, que aunque no te llames en verdad Belén siempre te han sobrado piernas para mi y para mis pequeños dientes.
Ahora que no vienes, ya ves, tampoco me ducho, pero me acerco casi todos los días, a la hora del anochecer, para verte convertida en otras que, aunque sean reales, mueven las caderas con un movimiento marítimo tuyo, de un modo que a veces me recuerda al modo en que tú, Belén, te reías fingiendo.
Porque tú, aunque tuvieras frío en las cejas o en las orejas, ya no me acuerdo, te reías bastante a gusto, sobre todo conmigo, que te miraba sin comprender como repirabas rápido riendo.
¡Qué gracia!