martes, marzo 22, 2011

Visita al dentista

Ayer fui abandonado a mi suerte por causa del destino.
Me gusta el destino.
Ayer me llevó a la consulta de un dentista.

El destino es como el camino que se sigue, a veces arropado por árboles y otras por el viento. A veces cruzándose con palomares y otras veces con desconocidos.
También es como un río en el que flota una canoa. A veces, al remar se avanza en línea recta, otras veces las paladas son obra del agua.

Para quien no lo sepa, todos los destinos están en cuesta arriba. Si no fuera así, desde la cima, se podría otear el maravilloso paisaje que nos espera.
Ya no se podría imaginar un destino y dejaría de ser tan hermoso.

Mi destino, por tanto, me tumbó en una camilla muy moderna donde un potente foco iluminaba la palidez de mi rostro. Me gusta que el miedo se me acumule en la cara, así me deja libres las manos y también mi sonrosada lengua.
Me concentro en la soledad de los caminos, en el silencioso chapotear de los lentos ríos detenidos bajo un potente foco. Si se pudiera subir toda la cuesta arriba, al final del foco, veríamos a un dentista acompañado de una auxiliar de clínica vestida de verde.

El sudor de la frente, los instrumentos metálicos y los guantes de latex producen sensaciones engañosas sobre mis encías. A veces siento el sabor de la sangre, amargo y dulce, huelo la sangre diluida por tubos de aspiración y agua.
Hay presiones, chirridos, corrimientos de indecisos glóbulos rojos.

Si no estuviera abandonado, podría pensar en ti, pero no sería tan hermoso.
Podría verte manipular la apertura de diafragma, con el dedo en el gatillo del disparador desde la cima de los destinos ya cumplidos.
Pero mi vida no sería tan hermosa.

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