viernes, abril 27, 2007

LAS COORDENADAS ESPACIO-TEMPORALES

Una vez contabilizado el numeroso arsenal que poseía el ejercito de Fuencisla debido, tanto a la extendida afición por la caza como a las reservas pirotécnicas para agasajar a Santa Gadea, el comandante Salvador Buenavista era consciente de que el principal problema que debía afrontarse era la formación de la clase de tropa. En connivencia con su alto estado mayor diseñó el programa a seguir basado en un modelo mixto, teórico-práctico, de algunos días de duración, que abarcaba en idénticas proporciones las enseñanzas clásicas y las necesarias innovaciones que imponía la tecnología. Como quien dice, con cuatro días de instrucción intensa la tropa estaría ciento por ciento operativa.
Dos eran las principales dificultades que encerraba este modelo. Por una parte, para no levantar sospechas en el enemigo, ya que se juzgaba imprescindible el factor sorpresa, se debían manejar armas y explosivos sin producir ningún ruido y por otra, era necesario actuar sobre el tiempo, ya que por muy desorganizados que se encontraran los zapadores no podían esperar tanto para lanzar su ataque.
Al estar situado el pueblo de Salvatierra en tierras vascas, con buen criterio, el comandante decidió, mediante una llamada al diario Gara, incrementar bruscamente las acciones de kale borroka en el municipio donde, por otra parte, nunca habían existido. Disponiendo pues de esta excusa, los reclutas fuencislenses, en grupos reducidos, se introducían a través de sus pasadizos entre la población vecina y siguiendo unas complejas señales de sincronización, basadas en el olvidado código morse, que el comandante efectuaba desde su puesto de observación situado en el campanario de Fuencisla, realizaban sus prácticas de tiro, utilización de fuego real y retirada.
Con estas actividades el índice de popularidad del comandante, sobre el cual cualquier liderazgo consistente debe estar basado, aumentó hasta cifras difícilmente expresables incluso usando notación exponencial o logarítmica.
En efecto, los fuencilenses siempre habían deseado hacer lo que ahora, y solo como un ejercicio de aprendizaje, estaban haciendo en el pueblo vecino. Rompían escaparates, quemaban cajeros, contenedores e incluso algún autobús y, todo ello lo hacían por amor, el amor que les habían inculcado y vivamente sentían hacia estas tres letras: F.L.P.
El sagaz cuerpo de policía de Salvatierra observó cómo estas conductas desordenadas, según las calificaban los nacionalistas, se producían coincidiendo con incomprensibles toques de campana procedentes del punto donde otrora estuviera el campanario de Fuencisla pero, al haber desaparecido el pueblo vecino, tuvieron que abandonar, aunque a disgusto, las investigaciones.
Al problema del tiempo, físicamente más complejo, se le dio una sagaz solución científica. Como todo el mundo sabe, el día está dividido en tres partes de unas ocho horas: mañana, tarde y noche, y la semana de siete días en otras tres: inicio, centro y fin de semana. Considerando que el tiempo es relativo, según enseña la teoría general de la relatividad, ordenó el comandante Salvador de Fuencisla, que ya había renunciado a su apellido paterno en beneficio de la misión a la que se había entregado, recortar en una cuarta parte los péndulos de todos los relojes. De esta manera, el movimiento de éstos se aceleraba en una proporción de seis a ocho (las tres partes actuales del péndulo se correspondían a las cuatro partes antiguas), de manera que un día estaba formado por tres partes de seis horas cada una y una semana, es decir siete días fuencislenses, venían a tener una duración equivalente a media semana según el calendario juliano, teniendo en cuenta que la parte última, es decir, el fin de semana, se había suprimido completamente.
Fuencisla entraba así en una dinámica temporal extraordinariamente productiva de manera que la formación de la tropa quedaba plenamente garantizada en el mínimo tiempo posible.
Si el lector no es aficionado a los números le parecerá más que suficiente la justificaciones arriba indicadas, sin embargo si, en contra de lo que una mínima sensatez aconsejaría, realiza concienzudamente las operaciones indicadas sin obtener los resultados esperados, debe pensar que ha de trasladar sus cálculos a nuestro sistema de referencia o bien trasladarse a Fuencisla mismo para efectuarlos, cosa que, tal y como transcurre aquí el tiempo, rodeados como estamos de nieve por todas partes, desaparecidos y en vísperas de un enfrentamiento armado, sinceramente, no le recomiendo.

miércoles, abril 25, 2007

EL ABANDERADO

El comandante Buenavista no comprendía cómo los habitantes de Fuencisla ignoraban el significado de algo tan sencillo y útil como los toques de corneta, también le extrañó mucho que no se levantaran todos a la misma hora para la ceremonia de izar bandera, pero cuando comprobó que ni siquiera tenían bandera, no se pudo contener
Un grito bastó para hacerla aparecer.
El diseño del emblema corrió a cargo del soldado Fernando Luis Peláez, lo hizo por proximidad, ya que en ese instante era quien se encontraba más cerca del oficial. Bastaron 47 segundos para que se presentase el abanderado. La bandera de color completamente blanco, debido a la debilidad que el famoso pueblo siente por la nieve, además tiene, como antiguamente se hacía en algunos tejidos de uso doméstico, bordadas en el lateral las iniciales: F-L-P, que significan Fuencisla, Libre y Patriota.
Teniendo en cuenta que la casa de Fernando Luis Peláez está ubicada a 125 metros de la Plaza Mayor, ahora denominada patio de armas, alguien pudiera pensar que el muchacho había batido algún record mundial de desplazamiento en carrera sobre nieve. También , aunque muy lejos de ser verdad, haya quien crea en la conversión milagrosa de una sábana de matrimonio en la histórica bandera de la villa, algo que incluso el propio Fernando Luis niega rotundamente al ser preguntado, pues desde aquel mismo instante todos los fuencislenses han jurado que, desde siempre, tales colores y símbolos han formado el pendón enseña de la villa.



De manera similar se llevaron a cabo ciertas necesarias adaptaciones para convertir el pueblo de Fuencisla en un cuartel en perfecto estado de revista. Las carreras y las prisas fueron muy comunes durante toda aquella mañana y gran parte de la tarde, hasta que el comandante percibió que la fatiga se hacía dueña del espíritu de sus hombres, poco habituados todavía a la vida militar. Para compensarlos, dio por finalizada la jornada ordenando el toque de queda y la formación de las guardias.
Haciendo gala de una condescendencia poco usada por tan ilustres personajes, posteriormente, mantuvo pequeñas charlas distendidas con quienes a primera vista consideraba candidatos a pertenecer al cuerpo de su estado mayor. Proponía el comandante pequeños problemas estratégicos sobre los que solicitaba, campechano, la opinión de sus interlocutores. Uno de ellos, hasta entonces médico del Hospital de Santa Gadea, a los que un buen número de Fuencislenses le debían casi la vida, se atrevió a sugerir un desenlace para toda esta guerra.
Pensaba el desdichado que, puesto que el comandante Salvador Buenavista ostentaba el mando legal de ambos ejércitos contendientes, muy bien podría reunirse consigo mismo y acordar un tratado de paz que satisficiera por igual a ambas partes, ahorrándose unos y otros las penalidades de la guerra.
Desolado por las respuestas que recibía, el comandante Salvador Buenavista de Fuencisla, pues durante aquella tarde había adoptado el gentilicio como su segundo apellido, no quiso descansar hasta encontrar al menos una persona digna de su confianza. Por fortuna, había en Fuencisla una pareja de guardias civiles. Ya se sabe que en este cuerpo se tiene la contumbre de patrullar a dúo, aunque, en Fuencisla, con uno sólo de ellos, o incluso ninguno, bastaría para mantener el orden y la buena convivencia en todo el pueblo.
Inmediatamente que los tuvo delante, sintió el comandante una poderosa atracción por sus fuertes personalidades acostumbradas al mando y al sacrificio, siendo nombrados allí mismo consejeros del alto estado mayor con el rango de capitán. Cada uno mandaría una de las dos compañías que formaban el batallón de Fuencisla. Por mor del vertiginoso ascenso con que eran distinguidos, aunque no les hacía mucha gracia separarse, pues desde hacía mucho tiempo siempre iban juntos a todos los sitios y prácticamente nada sabían hacer el uno sin el otro, aceptaron sin reservas y con entusiasmo su novedosa y envidiable situación.
Por fin, el comandante había cumplido los objetivos que aquel día el deber le había asignado y se dio licencia para el descanso.
En cuanto a aquel hombrecillo medicucho, tomó el comandante la decisión de destinarlo perpetuamente, no ya a simples tareas sanitarias de curación de heridos, propias de su formación, sino a las de limpieza y cocina, pues poco cabía esperar de quien era capaz de concebir de manera tan mezquina el arte del batallar.
¡Quién pudiera pensar que él, que estaba dispuesto a dar la vida setenta veces siete antes que ceder un solo palmo de terreno, sería capaz, no ya de firmar un honroso desenlace tras una cruenta batalla que hubiera mermado gravemente sus efectivos, sino de capitular rendiciones por partida doble y sin disparar un solo tiro!
El buen comandante no daba crédito y repasando sobre su lecho éste y otros entenderes de similar relevancia vino a quedarse definitivamente dormido, empuñando su revolver siempre dispuesto en la mano diestra.

viernes, abril 20, 2007

OPERACIÓN LIBERTAD SIN IRA

El batallón de zapadores de montaña en plenas tareas de estanqueidad y reconstrucción de la presa de Santa Gadea, había habido algún derrumbe sin importancia, fue desprovisto injustamente de su jefe por las cuestiones banales ya conocidas.
Una vez propagada la desgracia y después de contrastadas las fuentes, el batallón de zapadores únicamente pudo, como no podía ser de otro modo, constituirse en asamblea paritaria permanente mientras perdurasen las actuales y tristes circunstancias.
El hombre voluntarioso, ante las grandes dificultades, tensa sus músculos y su determinación de manera que éstas únicamente actúan como un resorte imparable que le infunde un valor sin reservas. Éste y no otro fue, y aún hoy lo sigue siendo, el clima que presidió la asamblea castrense. Parecía que el propio comandante Salvador Buenavista estuviera presente otorgando turnos de palabras, pronunciando diatribas y aplaudiendo las parcas y sentidas intervenciones.
Con la camaradería que reinaba en el batallón, cuanto mayor hubiera sido el número de resoluciones, mayor sería el número de aciertos pero, como el grado de exaltación era tan alto, antes de empuñar las armas, únicamente dio tiempo a aprobar las dos primeras, eso sí, adoptadas de manera firme y unánime.

  1. Huelga general extraordinaria y simbólica de 5 minutos en memoria del ausente.
  2. Ejecución sin demora de la operación Libertad sin ira que se iniciaba con la declaración del estado de guerra contra el pueblo de Fuencisla y solo terminaría cuando se produjera la inminente liberación del comandante.



Después de los excesos cometidos en la persona de Salvador Buenavista, el pacífico pueblo de Fuencisla meditaba sobre la corrección de su proceder. Por un lado, grande era el castigo que se había infringido al forastero, pero ¿de qué otra forma podía responderse ante tan graves ofensas?. En pleno examen de conciencia se recibió la noticia de la declaración de guerra.
Si, ante la adversidad, en el batallón de zapadores los ánimos se enardecieron, extrañamente y por no se sabe qué ocultas las razones, en el corazón de Fuencisla, los efectos fueron justamente los contrarios. Las familias se fueron a sus casas, las puertas se cerraron y por vez primera vez en la historia de Fuencisla parecía que la ciudad o no existiera o ya estuviera destruida.
Para acordar las capitulaciones y evitar en lo posible el saqueo indiscriminado de la localidad se reunió en el Ayuntamiento la Comitiva para el proceso de paz dispuesta a asumir cuántas cargas fueran necesarias. En el seno de la comisión aparecieron en un principio ciertas divergencias, que se tornaron en serias discusiones y al final desembocaron en un estruendoso bullicio, en el cual cada cual pugnaba por una rendición diferente que, incluso con la propia vida, estaba dispuesto a defender.
En esto, en toda aquella vorágine, una voz potente procedente de los calabozos calló de manera inmediata todas las demás:
Fuencisla no se rinde. Fuencisla resiste. No pasarán.

En efecto, Salvador Buenavista, dirigente de almas y soldados, no pudo guardar silencio ante aquellos hombres sin guía que pedían a gritos autoridad y disciplina. La razón para la que había venido a este mundo era dirigir a las masas y era lo que estaba dispuesto a hacer. Con esas sencillas palabras había tomado voluntariamente el mando absoluto de la situación y cargado la defensa de Fuencisla sobre sus espaldas.

No obstante, si la bravura no hubiera ofuscado el sentir de Salvador Buenavista, jamás hubiera asumido tan descomunal tarea. Justamente nos encontrábamos en el momento más crítico de toda la historia geo-estratégico-militar. La batalla de Fuencisla será considerada como el prototipo de enfrentamiento límite, la madre de todas las batallas, y así será analizada y estudiada en todas las Academias Militares del mundo.
No era para menos. Salvador Buenavista al mando de las tropas fuencislenses iba a combatir al batallón XXII de zapadores de montaña que él mismo dirigía. Se trataba de una lucha sin parangón que sobrepasaba en mucho la crueldad de una guerra civil. Puesto que el comandante en jefe es la mismísima personificación del ejército, Buenavista iba a organizar y disponer sus tropas para causar el mayor dolor sobre sí mismo. Iba a hostigar a sus propios soldados, abatir sus propios defensas, lanzar estudiadas maniobras para minar tanto su propio ánimo como la moral de sus tropas.
Cualquier otro ser humano hubiera enloquecido sólo con plantearse esta situación. Nuestro comandante, sin embargo, simplemente sonreía sabiéndose victorioso, quizás por partida doble, con un extraño halo brillante en el corazón de su perdida mirada.
Nunca sobre la faz de la tierra se contemplaría a lo largo de los siglos mayor espíritu guerrero, más inteligencia militar, tanta astuta fiereza, como en aquellos siguientes días se vería en el campo de operaciones de Fuencisla.

Una vez que fueron abiertas las puertas del presidio el comandante pasó revista a la Comisión para el proceso de paz, ahora ya desprovista de funciones. Quienes minutos antes discutían anárquicamente, ahora en rígida posición firme retenían el aliento ante la presencia de su jefe anhelando instrucciones que seguir ciegamente, tal era el respeto que de manera espontánea infundía el héroe en sus disciplinados hombres. Instrucciones que para maravilla del mundo pronto aquí mismo serán fielmente relatadas.

miércoles, abril 18, 2007

EL RESCATE

Durante seis días estuvo sepultada Fuencisla bajo la nieve, sin que nadie se diera cuenta. Al séptimo día, un vendedor de enciclopedias y seguros se encontró la carretera cortada. Como inexcusablemente tenía que cobrar la cuota mensual de Ángel Rafael Peláez, único fuencislense suscrito, continuó su camino a pie.
En un principio se sintió desconcertado pero, sospechando que se tratara de un ardid para evitar el pago, su intuición le llevo a iniciar las excavaciones. Utilizando el tomo IV de la Enciclopedia Universal de Arqueología que presentaba un amplia superficie acorde con el interior, consiguió llegar hasta la veleta del campanario y comprendiendo que la tarea era excesiva para un solo hombre, aunque éste fuera un experimentado vendedor, lo puso en conocimiento de la oficina Central.

Fuencisla había desaparecido.

La noticia llegó a la prensa que mandó sin tardanza a sus enviados especiales. Inmediatamente después se iniciaron las labores de rescate. Desde la capitanía de la región militar se proyectó la operación Calamar, por el color de la tinta con que se firmaron los salvoconductos. Se desplazó a la zona dos compañías de zapadores de montaña al mando del comandante Salvador Buenavista que se caracterizaba por una cojera adquirida en su misión anterior, tras un heroico percance.
En Salvatierra la noticia cayó como jarro de agua fría. En efecto, Fuencisla, el odiado pueblo enemigo ya no existía, de lo cual se alegraban profundamente, pero lo habían hecho ANTES QUE ELLOS. Nunca se lo perdonarían.
La operación Calamar consistía en la construcción de una cuenca para encauzar las aguas, el levantamiento de un muro de contención de aguas y utilizar un sistema de múltiples lentes para derretir la nieve. Como no podía ser de otro modo, el cauce elegido se correspondía con el arroyo Molino, el cual llegaba hasta el cerro Collado, lugar donde ya estaba colocada la primera piedra de la proyectada presa de Santa Gadea que, para sorpresa de todos, de esta forma adquirió material consistencia.

Mientras tanto, el pueblo de Fuencisla, ajeno al revuelo que había ocasionado, continuaba con sus quehaceres diarios. Se desplazaban por sus pasadizos subterráneos para cumplir con sus obligaciones laborales, aprovisionarse y acudir a sus tertulias. Todo esto sin olvidar la conservación de la nieve, la cual iba incrementando su volumen ya que, presionando con ayuda de cuñas, se conseguía aportar la obtenida mediante fabricación casera, cuando no a través de las ventanas, a través de las chimeneas que nunca estuvieron taponadas debido a las altas temperatura que alcanzan los vapores que por ellas se despiden.

La cubierta de nieve proporcionaba un extraordinario sistema aislante contra las influencias externas que tantas incertidumbres habían causado, tanto a la moral como a las costumbres fuencislenses.
Por lo tanto, el pueblo se hallaba en perfecta paz y concordia cuando, desde las alturas, suspendido de un arnés, descendía en traje de campaña el comandante Salvador Buenavista, benefactor de los desesperados, el cual vino a poner su marcial y cojitranco pie sobre la blanca e inmaculada nieve justamente situada en el centro de la plaza, acto completamente prohibido, perseguido y una humillante afrenta para el orgulloso sentir fuencislense.
De nada valieron explicaciones ni galones. El comandante fue arrestado, injuriado y vilipendiado.
Agradecían la construcción de la presa, pero no querían ni agua ni alimentos. Nunca, bajo ningún concepto, se habían bebido sus propios orines y si querían salvarse, ya se rescatarían ellos solos aunque fuera saliendo por Salvatierra.
A través de la emisora de radio que portaba el comandante se pusieron en contacto con su estado mayor, negándose a la entrega pacífica del comandante. Así se inició el día seis de junio la operación "libertad sin ira" que produjo notables episodios dignos de histórico recuerdo.


El heroico comandante Salvador Buenavista, instantes antes
de ser salvajemente arrojado al pilón de Fuencisla.

NUESTRAS COSAS

Vuestros jardines al anochecer,
las farolas entre los viejos pinos,
las sonrisas fugaces y nocturnas
en vuestros discobares
iluminados como las sombras.

Vuestros vigilantes de seguridad uniformados,
vuestras academias de jurisprudencia,
vuestras tarjetas de crédito codificadas
en vuestras americanas estadounidenses.

Vuestros grandes descubrimientos históricos,
vuestros supermercados superabundantes
y vuestros viajes alrededor del mundo
siempre alojados en hoteles idénticos.

Todas estas cosas vuestras
apiladas
como para hacer una gran hoguera
me producen un sueño
muy diferente de vuestros propios sueños.

Por eso descanso
mientras duermo.

domingo, abril 15, 2007

EL BUEN PASTOR


El Buen Pastor cuida de su rebaño y lo conduce al verde prado y al agua cristalina para que pazca en la tranquilidad de la mañana. Cada día, siempre.
Además, el buen pastor conoce a sus ovejas, a cada una según su nombre y sus debilidades y cuando alguna se hiere, la cura, si no puede caminar, la transporta sobre sus propios hombros, e incluso si se pierde, abandona al resto del rebaño y recorre las majadas y los pastizales hasta dar con ella y salvarla.
Porque el buen Pastor ama a sus ovejas, esa es la diferencia.
Cuando el peligro acecha, toma a sus perros y lucha. Antes de perder a una sola de ellas, sería capaz de arriesgar su propia vida y por eso sus ovejas lo siguen alegres y sin temores.

Pero, llegada la hora, el Buen Pastor, con dolor, tiene que sacrificar sus propias ovejas, no hay remedio. Porque el Buen Pastor vive de los productos que obtiene de sus ovejas. Sí, el Buen Pastor vive de matar a sus ovejas, especialmente a sus amados corderos lechales, cuya carne tierna es sabrosa al paladar y muy jugosa.


A todos los pastores de cualquier credo,
en agradecimiento por su amor
y perdonándoles, siguiendo sus enseñanzas,
sus irremediables excesos.

jueves, abril 12, 2007

NEVADA

La mañana amaneció blanca sobre Fuencisla que todavía dormía echada bajo un manto nevado.
La radio local, no obstante, inició puntualmente su emisión aunque muy influenciada por la novedad del acontecimiento.
“Salgan a sus ventanas, fuencislenses, para ver la mayor nevada del último siglo. Todo está absolutamente blanco, los árboles, las calles, las señales, los tejados. No reconocerán sus vehículos, quizás, ni siquiera rncontrarán las puertas de sus establecimientos. ¿Será capaz Fuencisla de sobreponerse a esta adversidad y retomar su actividad diaria en tan hermosa compañía?”
En efecto, Fuencisla, parecía un durmiente remolón que no quería despertarse resguardado bajo varias capas de sábanas de algodón perfectamente planchadas.
Después continuó la emisora con un sinfín de recomendaciones: bufandas, gorros de lana, cadenas para los coches, acopio de alimentos, depósitos llenos. Se seleccionó como acompañamiento música navideña que armonizaba con el ambiente y, por último, se anunció una reunión urgente del Consistorio, convocada vía telefónica por nuestra alcaldesa, cargo que durante estos días desempeña en funciones Purificación Nieves de Santa Gadea.
Como sabemos, antes de actuar, el pueblo fuencislense, realiza acopio de documentación y exhaustivos análisis, pero, en esta ocasión, el resultado de la Junta Plenipotenciaria no se hizo esperar. Se proclamó “La semana de la nieve” y ante la prestancia y distinción que el fenómeno meteorológico confería a la ciudad, se decidió mantener su aspecto durante el mayor tiempo posible, que, en primera aproximación, se estimaba durante el periodo primaveral anterior al deshielo.
Se recomendaba las vestimentas absolutamente blancas para integrarse en el entorno, los desplazamientos en trineo, y, por su puesto, la conservación de la nieve que bajo ningún concepto debía ni pisarse, ni ensuciarse.
El pueblo acogió con júbilo las noticias y se dispuso con diligencia a cumplirlas, sin atisbar las prosibles consecuencias.
Se iniciaron enseguida los trabajos de fabricación de esquíes y el adiestramiento de perros de San Bernardo. Los refrigeradores domésticos eran utilizados, prácticamente en dedicación exclusiva, para la fabricación de nieve esponjosa y se organizaron partidas de voluntarios que, aprovechando la oscuridad de la noche, transportaban la nieve caída en los pueblos limítrofes para que no se derritiera y conservarla bajo el cobijo que Fuencisla generosamente brindaba.
De esta manera se fueron incrementando las reservas de nieve hasta que se consiguieron los doscientos kilogramos por metro cuadrado, cifra que fue vitoreada nada más conocerse.
Debido a los hábitos que habían adquiridos los habitantes de Fuencisla, el párroco sospechó que el control se les había escapado de las manos y convocó, no ya por la noche como se hacia habitualmente, sino a plena luz del día, a las Mujeres de Adoración Nocturna, con objeto de solicitar la necesaria intervención solar. Esta iniciativa fue malinterpretada por su destinatario, quizás por lo desacostumbrado del horario, enviando la segunda nevada mayor de la historia que esta vez acabó sepultando dos puntos emblemáticos de la ciudad: el campanario y el nido de las cigüeñas.

Repartidor de correos buscando el número 7 de la calle de Santa Gadea

martes, abril 03, 2007

GEOGRAFÍA

Fuencisla está situado justamente enfrente de Salvatierra, separadas escasamente por varios centenares de metros. Esta peculiar localización geográfica ha resultado determinante a lo largo de la historia, ya que entre ambas poblaciones, desde siempre, ha existido una extraordinaria rivalidad, prueba de la cual es el estado de la carretera rectilínea que las une, totalmente cubierta de piedras.
Las autoridades nacionales y regionales, conscientes del problema y para evitar lamentar males mayores, siempre han mantenido rigurosos criterios de equidad, hasta el punto de tener que constituir una administración territorial personalizada para ambos municipios.
Razones económicas impedían dotar a cada pueblo de servicios independientes, siendo obligatorio, por tanto, el compartirlos. Por ejemplo, se podría haber construir el Centro de Salud en Fuencisla, mientras el Juzgado de Primera Instancia, como contrapartida, se hiciera en Salvatierra, pero esto obligaría a desplazamientos de todo punto imposibles.
La solución ha sido construir administraciones comunes y, a la vez, individuales, es decir atendidas por los mismos funcionarios, utilizando los mismos recursos pero ubicadas cada una en el municipio correspondiente. La manera de llevar estas ideas a la práctica ha sido, cuanto menos, ingeniosa, tanto es así, que el responsable de su desarrollo fue nombrado seguidamente Consejero de Gobernación.
En principio, para evitar que la enconada hostilidad local alcanzara el ámbito provincial, Salvatierra se adscribió a la provincia de Álava y Fuencisla a la de Teruel, de características completamente diferentes. Hubieran podido colocarse más lejos, pero esta distancia pareció suficiente.
Para que los funcionarios no tuvieran que realizar trabajos duplicados, se procedió a una pormenorizada asignación de funciones. Un ejemplo ilustrativo bastará para explicar el mecanismo. En el Registro Civil, corresponde al termino de Fuencisla la anotación de sus nacimientos, así como las defunciones que se producen en Salvatierra, ocurriendo a la inversa en el municipio vecino. De esta manera, la contabilidad común resulta completa, anotando, eso sí, cada uno lo que más le gusta.
Del mismo modo, para no tener que realizar una duplicidad en las instalaciones se han construido centros únicos, dotados de dos entradas diferenciadas, cada una de ellas situada en el municipio correspondiente. Una red de pasadizos subterráneos comunica cada institución salvaterreña con su homóloga fuencislense, de manera que, para los ojos de un observador poco avezado, en realidad, cada pueblo dispone de sus propios servicios.
Tanta diligencia, no obstante, también ha tenido sus consecuencias negativas, no siendo la menor de las cuales que ambos pueblos vecinos han ido creciendo hacia abajo, produciéndose una depresión entre ambos que ha afectado, como no podía ser de otro modo, a la cuenca del río Ebro, temiéndose en la actualidad además de nuevas crecidas o desbordamientos faltos de solidaridad con la región levantina, un clima de crispación que está socavando la propia unidad del estado.
Parece ser que la única solución que se ha encontrado hasta el momento es colocar a Salvatierra en la provincia de Valencia y a Fuencisla en las islas Baleares, quedando entre ambos el Mar Mediterráneo, cuya profundidad parece suficiente. No obstante, faltan por pulir algunos detalles ya que ni los vascos, ni los aragoneses conocen la lengua catalana y que sus gentes se mantengan siempre calladas dañaría la imagen que ambas poblaciones desean tener con vistas a una incipiente industria turística.

VIAJEROS


A pesar del cielo y de Santa Gadea, nuestra patrona, algunos se marchan de Fuencisla, se van.
No es que lo hagan a mala fe, pero, ya se sabe, empiezan imaginándose lo bien que se vive por ahí, en las capitales, y cuando se quieren dar cuenta están completamente hartos de esto y se tienen que ir. Es casi mala suerte.
Cuando te vas de Fuencisla así, por hartura, no hay que despedirse de nadie. Cuando te despides es cuando solamente te vas por unos días a algún sitio concreto, así, te pueden hacer algún que otro encargo. Pero cuando te vas de verdad, no se dice nada a nadie.
Como mucho lo has anunciado un par de veces: “Un día de estos, ya veréis, no me volvéis a ver”. Además la despedida sería un poco ridícula:
- Pues nada..., que me voy.
- Ah..., ¿y donde te vas?
- Pues no lo sé, pero por ahí.
- Ah..., claro, claro.
- Lo mismo me voy a Londres que está allí mi hijo Pedro.
- Pues muy bien, dale muchos recuerdos.
- De tu parte.
- Eso, de mi parte. Pues, nada, buen viaje. (Y cuando ya está lejos) Ya no vuelves, ¿no?
- No creo.
- ¿Se lo digo a los demás, para que no te busquen?
- ¡Y qué más da!

Hombre, si eres un niño o una muchacha nueva, sí que importa. Te buscamos por todos los sitios hasta que te encontramos o lo que haga falta, pero si ya estás entrado en años parece como que si se te hubiera puesto cara de irte. “Si esto ya me lo venía yo venir”, dirán algunos y no les faltará razón.

Lo peor de los que se van, no es que se vayan, lo peor es lo que dejan. Al fin y al cabo el que se quiera ir, que se vaya, pero ¿qué hacemos con todo lo demás?. Por ejemplo, la casa, ¿ se queda para siempre vacía? o las aceitunas, ¿ya nadie las recoge?. Y a la mujer, ¿ quién le dice: no lo esperes más, que ése no vuelve?
Porque algunos sí que vuelven. Aunque eso sí, cuando ya son viejos y casi no se les conoce. Entonces los miramos y en sus ojos se ve como un brillo a cosas lejanas. No sé, la verdad, yo creo que a lo mejor nos teníamos que haber ido más de uno.

No me extrañaría nada levantarme un día y que no hubiera nadie. Joder, diré, qué cabrones, me habéis dejao el último.