sábado, marzo 01, 2008

AMÉRICA

9 de Febrero de 2008, 8:00 horas.

Me voy a América, el otro mundo.
Como a tantos otros, al final del inmenso Atlántico, América desconocida me espera con los brazos abiertos. Brazos sensuales, brazos jóvenes dispuestos al trabajo. Los brazos de más allá de las aguas, savia joven donde injertar viejos años europeos.
Me voy diez días, no diez años, simplemente son unas vacaciones a América.
Me voy contigo.

Un viajero nuevo sube a un taxi con destino a América, la primera parada es el aeropuerto de Madrid-Barajas.
También a mí, como a tantos otros, América me promete una vida nueva. Como a los antiguos colonizadores desesperados que subían a los barcos temiendo por sus vidas, igual que a F. Kafka, a quien milagrosamente esperaba su tío.
Eran tiempos difíciles para hombres curtidos. Ahora las cosas han cambiado. El barco se ha sustituido por el avión, los meses que duraba la travesía por diez horas ...
No obstante, he de concluir que las condiciones han empeorado. Conforme la ciencia y la técnica evolucionan consiguiendo nuevos logros que nos hacen la vida más fácil, las condiciones reales a las que han de hacer frente los seres humanos sufren el consiguiente retroceso. Creo que es una ley de la lógica.



Desde las 8:30 horas de la mañana que llegamos al aeropuerto hasta las 11:00 que subimos al avión, la manada de pasajeros de la que formamos parte es conducida por diversas colas por su seguridad.
Las colas para América -similares, supongo, a las de cualquier otro destino- son las siguientes:

  1. Cola de facturación de equipajes.
  2. Control de equipajes de mano.
  3. Transporte a la puerta de embarque, a través de un tren sin conductor.
  4. Control de pasaportes
  5. Cola de embarque.
Ya en la primera cola, amables señoritas hacen preguntas que jamás hubiera llegado yo a imaginar, ni mucho menos un antiguo colono.
¿Cuándo terminó usted de hacer su equipaje?
¿Dónde y cuándo adquirió la cámara fotográfica que ha declarado llevar?

Las respuestas, como no podía ser de otro modo, fueron las siguientes: Terminé el equipaje cuando a usted no le importa y me compré la cámara cuando me salió de los cojones.
En efecto, estas eran las respuestas que estaba deseando pronunciar mi yo interno pero, haciendo un esfuerzo de autocontrol del que todavía estoy recuperándome, mis labios construían frases aportando, en la medida que podían, la información que se les solicitaba.
Decía la verdad, no aprendo. Podía haberme inventado alguna cosa, así, por lo menos, con el riesgo de mentir a unos interrogadores tan eficientes, me lo hubiera pasado hasta bien.

Las preguntas seguía una tras otra invadiendo mi intimidad y haciéndose cada vez más difíciles. Ningún pasajero, por muy metódico que sea, puede conocer concretamente tanta cantidad de detalles, pero esto no apacigua el trámite del interrogatorio. Al final se tiene que contestar como se puede, con vaguedad, incluso con inventiva. Quizás ahí radique la trampa. El viajero que conteste de forma impecable a todas las preguntas posiblemente será considerado sospechoso y sea sometido a especial seguimiento.

En el futuro, no me cabe duda, será necesario aportar documentación fehaciente. Demostrar que, efectivamente, el equipaje fue cerrado y sellado a las 23:00 horas de la noche anterior o que la cámara se adquirió en unos grandes almacenes aportando el justificante de compra. Serán tiempos peores en donde cualquier indecisión podrá tener desagradables consecuencias. Por ahora, cualquier respuesta parece ser que cuela.
¿Cuánto tiempo hace que conoce usted a su acompañante?. ¿El trato entre ustedes es familiar, lo considera usted una persona fiable?

Pero los que verdaderamente sufren las incomodidades del aeropuerto son los pasajeros de la clase ejecutiva, bussiness-class. Ricos hombres y mujeres de negocios que pagan un dinero extra para ser tratados conforme el rigor de la condición social que representan merece.
A estos desgraciados se les hacen cargar con mucho más equipaje que a los viajeros normales, tienen que ir mucho más serios y preocupados que nosotros y sus ropas han de estar impolutas. Creo que les está prohibido sudar.
En ocasiones, incluso, se les somete a colas particulares, mucho más duras y tienen que hacer todo los primeros. Son como los conejillos de indias. Son la vanguardia del porvenir que nos espera.
El interrogatorio con ellos es implacable. ¿Cómo será posible recordar dónde se ha adquirido cada una de las interminables cosas que encierran los tres maletones que, obligatoriamente, cada uno de ellos ha de llevar?. Para hacer más difícil la situación, en ocasiones, las preguntas se las formulan en inglés, idioma muy adecuado en estos casos de intimidación a la vez que totalmente incomprensible para una persona normal. Sofocados por la presión asienten con la cabeza como último recurso. Afortunadamente, ninguno de ellos es detenido mientras estoy presente. Pienso que debido a la oculta compasión de los vigilantes, pues su culpabilidad es evidente hasta para mí, que es la primera vez que asisto a estas pruebas extremas.

Como colofón a los interrogatorios a cada viajero se les suministra unos formularios que se deben cumplimentar en el avión para ser admitidos en América. En este caso, los impresos están inglés para todos. Estoy tentado a entregarme, pero no es posible.

Después de esta etapa de iniciación en la obediencia, la manada de viajeros es fácilmente controlable.
Las siguientes colas están formadas por hileras de, a lo sumo, dos o tres personas, todas ellas bajo vigilancia policial. No son necesarias instrucciones algunas. Se palpa que debe ser así.
La presencia de estos agentes, aunque no es directamente amenazadora ni efectúan agresión intimidatoria alguna, aporta cierta tensión al ambiente que, irremediablemente, nos inquieta. Por precaución, permanecemos callados y sin ninguna muestra de júbilo. No estamos de vacaciones, estamos siendo investigados.

Fieles a su cometido, los vigilantes no sonríen, no saludan, no hablan, de este modo, manifiestan la tremenda repulsa que les provoca su trabajo. Así nos lo transmiten y nosotros les imitamos en cuánto podemos. Pasamos a vigilarnos mutuamente. Entre nosotros puede haber algún sospechoso. Yo mismo pudiera ser ese sospechoso. Estoy completamente seguro de que soy sospechoso de algo aunque no logro recordarlo.

Posteriormente hay que quitarse abrigos, jerseys, cinturones, zapatos... y poner a la vista de los vigilantes todo lo que se lleva en los bolsillos. De uno en uno, pasamos por máquinas para detectar metales o posibles armas ocultas. El pasaporte y la tarjeta de embarque se lleva en la mano y son revisados por distintas personas unas catorce o quince veces.

Veo a algunos viajeros con las manos arriba, supongo que no lo han resistido y se habrán entregado. Después de un registro personalizado especial se les comunica que pueden continuar. Parece que no eran tan malos como parecía.

¿Dónde viajará el avión que voy a tomar, para ser necesarias tantas precauciones?.
Recuerdo como en un mal sueño que me voy a América.

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POR FIN DENTRO DEL AVIÓN

Una vez en el interior del avión parece que estamos salvados.
¿Habrá conseguido el delincuente tan buscado acceder hasta aquí?
No nos importa, el peligro ha pasado. Los pasajeros se recuestan tranquilos en sus asientos. Algunos cierran los ojos disponiéndose a dormir. Las azafatas sonríen. Se sirven coca-colas y cervezas. Estamos contentos.

En las imágenes de televisión se indica cómo actuar en caso de producirse una emergencia, pero ¿a quién le importa?. El peligro ya ha pasado. Ahora, volando a diez mil metros del suelo, ya no hay nada que temer.

Nadie vigila a nadie. Seguramente, por no vigilar, hasta el piloto, en vez de controlar los mandos, se estará echando una siestecilla.

¿Quién entiende todo esto?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

calla, calla... a mi me toca ir con mi hijo mayor en junio a Polonia pasando por Londrés. Para ahorrarme unos eurillos he decidido no facturar, y verás tu para meter todo en dos maletitas. Y luego te piden que lo pongas en bolsitas autocierre y que no pase de 100ml. Veremos la cara que nos ven y nos cachean.
Pero bueno... ¡todo sea por viajar!
¡Y lo bien que lo habéis pasado!
Venga a ver esa crónica entre los dos.
Un beso y gracias por tus buenos deseos

Carlos Martinez dijo...

Yo paso de sufrir eso. Hace pocos post me refería a estos padecimientos precisamente y mi decision de no ir nunca a través de USA.
http://mishuevos.blogia.com/