LA MITAD DEL MUNDO
La nueva carretera oriental bordea Quito dirigiéndose hacia el Norte. Los árboles cubren por completo las montañas andinas que rodean la ciudad y le dan forma en el fondo del valle como si se tratara de un molde.
Quito aparece un poco y desaparece completamente entre la exuberancia de vegetación conforme el auto avanza, para hacernos comprender la enorme fuerza que tiene la naturaleza aquí, en el centro del mundo, frente a la que poco pueden hacer los puentes o los túneles, o cualquier otra insignificante construcción humana.
Todo es verde, todo es grande, salvo la delgada línea gris de la carretera, que a lo lejos se ve obligada a curvarse en todas las direcciones guardando el equilibrio precario de un funambulista.
En el ecuador terrestre, hasta el mismo cielo está en peligro frente a la robustez de la sierra que asciende cubierta bajo un manto de espesas coníferas. Al interior de esos bosques, quizás, ni siquiera llegue la luz del mismo sol que ya adoraban los antiguos incas, atraídos irremediablemente por la altura inimitable que aquí consigue.
Unos edificios amarillos de numerosos pisos se alzan orgullosos sobre una colina. No me da tiempo a fotografiarlos por la velocidad del carro y, es una pena, porque tengo la sensación de que, al regreso, seguramente ya estarán ocultos y absorbidos. Conforme nos acercamos a la mitad del mundo, más densidad adquiere el paisaje. Esto es una confabulación entre la roca, el agua y las raíces.
En el año 1736, un grupo de científicos de la academia francesa, que incluía a dos españoles y un ecuatoriano, llegaron a estas tierras para continuar sus investigaciones. Después de ocho años de trabajo, calcularon la situación exacta del ecuador terrestre, determinaron que la forma de la tierra es más abultada en el centro que en los polos, y sentaron las bases del sistema métrico actual. Ignoro cómo pudieron realizar estos descubrimientos y qué métodos siguieron para conocer con exactitud la latitud y la longitud pero, lo que es seguro, es que en sus observaciones del cielo y de la tierra tuvo la máxima importancia la extraordinaria belleza de este lugar, arriba, en el centro del mundo y en el medio de los Andes.
Doscientos años después se construyó justo en la línea del ecuador, en honor a estas investigaciones, la Torre de la Mitad del Mundo. Se accede pagando dos dólares si eres ecuatoriano, tres, si eres extranjero. Como esto también ocurre en otros lugares turísticos y no se exige documentación acreditativa, a partir de este momento somos ciudadanos ecuatorianos. Esto es fácil siempre que no hablemos, cosa muy sencilla pues, aquí, con mirar en suficiente.
En el interior hay un museo etnográfico, donde están presentes las diferentes regiones del Ecuador. Subimos por las escaleras. Conforme se asciende, en cada piso, vas descubriendo los distintos pueblos indígenas que todavía hoy viven aquí. Hay muestras de sus vestidos, sus armas, sus instrumentos musicales, sus canoas...
Al final llegamos a la cúspide de la torre, a cielo abierto. Siete colinas nos rodean, situándonos en el centro. Hace sol, las nubes cubren ligeramente las cumbres.
A mi derecha se encuentra el hemisferio Norte, a mi izquierda el hemisferio Sur. Respiro el aire. Miro la sierra.
Ahora, justamente en el centro de mí mismo se encuentra el centro del mundo.
2 comentarios:
Me he leido las entradas relativas al viaje a Ecuador. Esta vez no importa que a María José no le apetezca mucho escribir, pues tus descripciones del viaje y de las sensaciones recibidas son magníficas; algunas desternillantes, otras emocionantes. Gracias por compartirlas. Un abrazo.
Este artículo es poema en verso. No es que se pierda el sentido del humor pero profundizamos aunque físicamente parezca que estemos como más afuera.
Menos mal que a vosotros no tengo que echaros de menos ;)
Gracias por la visita y gracias por seguir el viaje
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