viernes, marzo 07, 2008

EL RECIBIMIENTO EN EL ECUADOR

En el Aeropuerto Internacional de Quito los viajeros son bien recibidos. Por cada pasajero que llega, hay decenas de personas esperando. Son personas sencillas, amables, que solo quieren dispensar la mejor acogida.

Desde el avión no se es consciente de ello, pero ya tras unas cristaleras ellos reconocen el aparato que esperan, ven tensos el aterrizaje y cuando las ruedas entran en contacto con la tierra firme, respiran. Tienen los ojos protegidos del inmenso sol con las palmas de las manos y miran el cielo sonriendo.
Así espera el Ecuador la llegada de los aviones porque el cielo les devuelve el otro Ecuador, el lejano, el que no está justamente en la mitad del mundo, el perdido por largo tiempo.


Una vez en tierra, el cansado viajero es presentado transportándolo sobre una escalera mecánica frente a la bulliciosa cristalera que separa el que viene de los que esperan. Se agitan muchas manos que saludan muchas veces. Hay globos, alegría y niños en brazos esperando al papá que quizás todavía nunca han visto.
Quién hasta hace algunas horas era, sin más, un emigrante extranjero en una tierra fría llena de nubes; quien trabajaba sin papeles y tenía el derecho a estar medio escondido se convierte, por el poder del sol, en un resplandeciente ser humano, el querido familiar tan largamente añorado.

Todos los ojos se concentran en el siguiente viajero por llegar y se cruza una mirada agotada por el viaje con una multitud de miradas sedientas. Rápidamente la memoria selecciona aquel rostro que ahora parece tan cambiado, hasta que por fin, sin titubeos, es verdad y los ojos se encuentran.
Ha llegado y no se piensa que tendrá que macharse dentro de unos meses. Ha llegado y parece que será para siempre.
Aunque la escalera mecánica se lo lleva. Ya falta poco, únicamente hay que esperar unos pocos minutos más, mero trámite.

En el Aeropuerto Internacional de Quito, atendiendo a la importancia de estos momentos, se han reducido los controles aduaneros y de documentación al mínimo. Es por eso que el viajero no tiene que poner las manos arriba, ni quitarse los zapatos, ni enseñar el pasaporte catorce veces, sino que llega incluso antes que su equipaje a la cinta transportadora, que se convierte en una improvisada lotería, asignando el orden en que se producirán los abrazos y aparecerán las contenidas lágrimas.

En ocasiones, como es en nuestro caso, los abrazos apasionados se sustituyen por formales apretones de manos que se acompañan con cordiales frases de bienvenida. No, nosotros no somos ecuatorianos, aunque estemos inmersos en la misma vorágine sin comprenderla.

Para recibir sus visitas, los ecuatorianos no visten llamativos trajes que guardan para ocasiones más serias. Ellos, por ser un pueblo emotivo y humilde, suelen llevar la ropa de faena. Vienen directamente del trabajo a la bienvenida por el camino más recto. Con sus pantalones caídos y sus ponchos de lana, con los sacos remendados y el pelo revuelto, pero, irremediablemente, manifestando su enorme dulzura, quizás algo superior a la que un duro y sufrido corazón es capaz de guardar con empeño.

Los sacos remendados. También en España han habido grandes zurcidoras como mi madre, orgullosas de serlo. A ella le tiraban más los calcetines. Eran otros tiempos.
El esfuerzo necesario para componer tan ingente numero de puntadas constituía un pequeño ahorro pero capaz de encauzar la mermada economía doméstica. Horas de trabajo robadas a la noche, pérdida de vista a cambio de poder reutilizar unos calcetines roídos por el tiempo.
Otro tiempo distinto, ya olvidado.

Después de la rigurosa ronda de saludos, al visitante se le lleva de aquí para allá, reservándole un lugar destacado. A través de portales donde se guardan por la noche los carros se llega hasta el salón o centro de la casa. A los pies de una chimenea sin uso, se encuentra la mesa de la tertulia, rodeada de sofás, butacas y gran cantidad de sillas que van llegando de otros lugares para que nadie se quede sin sitio. Es agradable conversar y comienzan a surgir los comentarios pequeños y las anécdotas sin importancia, pero el visitante, sin duda, está cansado (lleva 22 horas de viaje) y no parece, a esta hora, comunicativo en exceso. Hay que abreviar y se saca una antigua botella. A los recién llegados se les invita a una estudiada copa de vino espumoso. La persona más anciana pronuncia un breve brindis donde ensalza los vínculos que une la cultura del Ecuador con el resto del mundo, especialmente si el agasajado procede de España o de algún otro lugar de la América Latina, países que son hermanos. No, no son paises sudacas, son paises hermanos, lo sepas o no.

A partir de ese momento, el viajero se siente muy agradecido por todas las atenciones que ha recibido y que no puede corresponder, salvo con muestras de afecto y meras palabras. Éstas se muestran algo torpes en comparación con el tranquilo discurso de los anfitriones.
Posiblemente, la educación ecuatoriana, dispone de un libro-compendio donde se recoge el listado de todas las frases armoniosas posibles a utilizar en estas conversaciones.
Cada situación requiere la frase adecuada y no otra. Debe ser clara y sencilla, que exprese nítidamente lo que se pretende en cada momento. Da la impresión de que, a cada instante, el hombre o la mujer ecuatoriana abriera ese libro y, tras una breve consulta, leyera con mesurada entonación la frase apropiada.

Durante esta ceremonia de presentación se le da importancia al visitante y se hace cuanto se puede para que se encuentre a gusto. El pueblo de Ecuador sabe acoger a la gente.
Son gentes humildes que habitan por igual la montaña, la costa y la selva, dorados por el sol y apaciguados por el culto a la Virgen del Cisne, oriunda de Loja, que protege, también por igual sus trabajos y sus hogares.

Ya es tarde, nos despedimos. Nos quedamos en la casa de Lourdes, hermana de Patricia, mujer de Pedro, hijo de Maria José, compañera mía, habitante del mundo.
Nos ha dejado su casa para que estemos bien cómodos. Ella, su marido y sus hijos no sabemos dónde se habrán trasladado.

Todo esto se hace muy parecido en España. Con ellos tenemos nosotros tantas o más atenciones.

Sobre la mesa del salón hay rosas recién cortadas.
Unas cuantas rosas de los millones de rosas que los ecuatorianos exportan a los Estados Unidos de América, aunque éstas son nuestras.

3 comentarios:

Corpi dijo...

Yo conozco a algunos ecuatorianos y son gente estupenda, sencillos, humildes y alegres.

Asir dijo...

Completamente de acuerdo, Corpi, aunque antiguamente tenían nombres muy extraños como Atau Wallpa.

Anónimo dijo...

Dan ganas de irse para allá a pesar de los post anteriores jejeje