LA SALIDA
Cuando la abrazaba
sentía los afilados ángulos de sus huesos.
Al ser ella de vidrio
podían dañarse muy fácilmente.
Tengo que irme, se dijo, mirando maquinalmente su reloj.
- Por favor, ¿la salida?
- Todo recto, subiendo la cuesta arriba. En un par de semanas se llega.
- Muchas gracias, ¿y ustedes por qué se vuelven?
- Es que nosotros somos negros.
Se alejó pensando cómo podían ser negros
y tener los dientes tan blancos.
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