miércoles, abril 25, 2007

EL ABANDERADO

El comandante Buenavista no comprendía cómo los habitantes de Fuencisla ignoraban el significado de algo tan sencillo y útil como los toques de corneta, también le extrañó mucho que no se levantaran todos a la misma hora para la ceremonia de izar bandera, pero cuando comprobó que ni siquiera tenían bandera, no se pudo contener
Un grito bastó para hacerla aparecer.
El diseño del emblema corrió a cargo del soldado Fernando Luis Peláez, lo hizo por proximidad, ya que en ese instante era quien se encontraba más cerca del oficial. Bastaron 47 segundos para que se presentase el abanderado. La bandera de color completamente blanco, debido a la debilidad que el famoso pueblo siente por la nieve, además tiene, como antiguamente se hacía en algunos tejidos de uso doméstico, bordadas en el lateral las iniciales: F-L-P, que significan Fuencisla, Libre y Patriota.
Teniendo en cuenta que la casa de Fernando Luis Peláez está ubicada a 125 metros de la Plaza Mayor, ahora denominada patio de armas, alguien pudiera pensar que el muchacho había batido algún record mundial de desplazamiento en carrera sobre nieve. También , aunque muy lejos de ser verdad, haya quien crea en la conversión milagrosa de una sábana de matrimonio en la histórica bandera de la villa, algo que incluso el propio Fernando Luis niega rotundamente al ser preguntado, pues desde aquel mismo instante todos los fuencislenses han jurado que, desde siempre, tales colores y símbolos han formado el pendón enseña de la villa.



De manera similar se llevaron a cabo ciertas necesarias adaptaciones para convertir el pueblo de Fuencisla en un cuartel en perfecto estado de revista. Las carreras y las prisas fueron muy comunes durante toda aquella mañana y gran parte de la tarde, hasta que el comandante percibió que la fatiga se hacía dueña del espíritu de sus hombres, poco habituados todavía a la vida militar. Para compensarlos, dio por finalizada la jornada ordenando el toque de queda y la formación de las guardias.
Haciendo gala de una condescendencia poco usada por tan ilustres personajes, posteriormente, mantuvo pequeñas charlas distendidas con quienes a primera vista consideraba candidatos a pertenecer al cuerpo de su estado mayor. Proponía el comandante pequeños problemas estratégicos sobre los que solicitaba, campechano, la opinión de sus interlocutores. Uno de ellos, hasta entonces médico del Hospital de Santa Gadea, a los que un buen número de Fuencislenses le debían casi la vida, se atrevió a sugerir un desenlace para toda esta guerra.
Pensaba el desdichado que, puesto que el comandante Salvador Buenavista ostentaba el mando legal de ambos ejércitos contendientes, muy bien podría reunirse consigo mismo y acordar un tratado de paz que satisficiera por igual a ambas partes, ahorrándose unos y otros las penalidades de la guerra.
Desolado por las respuestas que recibía, el comandante Salvador Buenavista de Fuencisla, pues durante aquella tarde había adoptado el gentilicio como su segundo apellido, no quiso descansar hasta encontrar al menos una persona digna de su confianza. Por fortuna, había en Fuencisla una pareja de guardias civiles. Ya se sabe que en este cuerpo se tiene la contumbre de patrullar a dúo, aunque, en Fuencisla, con uno sólo de ellos, o incluso ninguno, bastaría para mantener el orden y la buena convivencia en todo el pueblo.
Inmediatamente que los tuvo delante, sintió el comandante una poderosa atracción por sus fuertes personalidades acostumbradas al mando y al sacrificio, siendo nombrados allí mismo consejeros del alto estado mayor con el rango de capitán. Cada uno mandaría una de las dos compañías que formaban el batallón de Fuencisla. Por mor del vertiginoso ascenso con que eran distinguidos, aunque no les hacía mucha gracia separarse, pues desde hacía mucho tiempo siempre iban juntos a todos los sitios y prácticamente nada sabían hacer el uno sin el otro, aceptaron sin reservas y con entusiasmo su novedosa y envidiable situación.
Por fin, el comandante había cumplido los objetivos que aquel día el deber le había asignado y se dio licencia para el descanso.
En cuanto a aquel hombrecillo medicucho, tomó el comandante la decisión de destinarlo perpetuamente, no ya a simples tareas sanitarias de curación de heridos, propias de su formación, sino a las de limpieza y cocina, pues poco cabía esperar de quien era capaz de concebir de manera tan mezquina el arte del batallar.
¡Quién pudiera pensar que él, que estaba dispuesto a dar la vida setenta veces siete antes que ceder un solo palmo de terreno, sería capaz, no ya de firmar un honroso desenlace tras una cruenta batalla que hubiera mermado gravemente sus efectivos, sino de capitular rendiciones por partida doble y sin disparar un solo tiro!
El buen comandante no daba crédito y repasando sobre su lecho éste y otros entenderes de similar relevancia vino a quedarse definitivamente dormido, empuñando su revolver siempre dispuesto en la mano diestra.

1 comentario:

Mar dijo...

Sepa usted que estoy siguiendo los acontecimientos con mucha atención, y que me cae de maravilla el comandante este y eso que a mi lo militar...
Voy al siguiente capítulo.
Oiga... que besos y eso...