jueves, agosto 03, 2006

10 DE LA NOCHE


A partir de las 10 de la noche tengo la costumbre de apagar las luces y empezar a reírme. Lo hago casi todos los días, es mi único vicio.
Como ya es tarde y la verdad es que no se ve nada, empiezo a reírme de los golpes que, sin ton ni son, me voy sacudiendo en mi desesperado deambular, ya que, en contraposición con mi naturaleza tranquila, en cuanto la luz desaparece no me puedo estar quieto, así me maten. Después de los primeros impactos de calentamiento y, posiblemente a causa de ellos, la euforia va apaciguándose y en su lugar me domina una serena calma.
A estas alturas me encuentro tirado en cualquier rincón de la casa que, por supuesto, desconozco. La siguiente preocupación que me inquieta consiste en procurar moverme lentamente para evitar los destrozos de los pocos objetos ilesos que todavía resisten en la casa. Cada caída supone un nuevo acicate para mis irrefrenables ganas de reir. Presto atención, me muevo con cuidado. Me aguanto las carcajadas como puedo. A lo lejos escucho a mis vecinos, los cuales tienen ocurrencias parecidas a los mías. Ellos también suelen emplear la oscuridad con alevosía, pero en lugar de reírse, a ellos les da por quejarse mucho y sobre todo llorar. Les gusta muchísimo llorar:
"¡Ay, ay, como me duele la rodilla, he debido arrearme contra el radiador!"
Imagino la pierna hinchándose y muerdo con agonía mi propio brazo para reprimirme y por lo menos no llegar a mearme de risa.
"¡Ay que lástima, donde estará mi pobre hijo. Solo tenía 17 años!"
Sí, es verdad, sólo tenía 17 años, pero bien que nos jodía subiendo y bajando con la moto a todo trapo.

Me desespero, ¿cuando conseguiré llegar al interruptor para poder parar de reirme?. Siempre igual. Un día tras otro, siempre lo mismo, sin remedio. No puedo superarlo. Poco a poco voy tomando conciencia de la situación en que me encuentro. Una terrible tristeza se apodera de mí.
¿Qué estoy haciendo con mi vida?. ¿Cómo no acabaré de una vez con todo esto?.
Un nudo me aprieta la garganta. Casi me cuesta respirar. Las lágrimas se agolpan en los ojos y empiezo a gimotear entrecortado, como un niño.

A lo lejos escucho de nuevo a mis vecinos. Los muy cabrones no paran de troncharse de risa.