viernes, agosto 25, 2006

PINTOR Y LUZ

El pintor Juan Luis Rodado se quedó en Alicante. Una vez llegó de visita como un turista cualquiera y fue, poco a poco, demorando su partida. Así ha sido hasta el día de hoy. Ahora, después de varios de años, puede decirse que Alicante es su residencia definitiva.
J. Luis, en verano y en invierno, por la mañana y por la tarde, toma su caballete y se sitúa en su rincón: playa de San Juan junto a la vieja plazoleta, escorado, entre el mar, los palmerales y la lontananza del cabo de Huertas. Con este fondo retrata a los turistas interesados. Estudia sus rostros, sus expresiones y los incrusta en el lugar que tan bien conoce. Parece como si, desde siempre, hubieran formado parte de la plaza. Si, llegado el caso, ningún turista se presta a ser retratado, para J. Luis no existe ningún problema, el paisaje en sí es suficiente motivo para trabajar.


Parece extraño que un pequeño paraje haya acaparado tan poderosamente toda la atención, toda la energía del pintor. Se diría que en este pequeño lugar está volcado todo su arte. Si quisiera, podría pintarlo de memoria desde cualquier ángulo, hasta el más mínimo detalle, pero, cada nueva vez, el ojo voraz de pintor continúa escrutando como si fuera la primera, indagando el tono de cada matiz, comparándolo con lo registrado una y otra vez en su cerebro.
Y cada día, admirablemente, descubre nuevos secretos, pequeñas sutilezas que le sorprenden. Tras cada hallazgo, siempre se hace la misma pregunta que no acaba bien de comprender: ¿Cómo no me habré dado cuentas antes de esto, si es así, si siempre ha sido así, si es evidente...?

J. Luis está seguro que esta plazuela abierta por dos costados a la luminosidad del mar será recordada por su obra, que dentro de pocos años llevará su nombre: Plaza del pintor Rodado, dentro de algunos años más, alguien, después de haber visitado un museo en cualquier parte del mundo, tendrá la necesidad de venir a Alicante, de buscar este lugar, de verlo con sus propios ojos y entonces, en la mirada de ese desconocido, cuando ya J. Luis haya desaparecido, volverá a estar presente la verdadera esencia de este lugar, igual que, ahora, día tras día, está siendo interpretado bajo la profunda forma de ver del artista Rodado.
Pero todos estos desvaríos no le ocupan más de algunos segundos.

A veces, el pintor piensa que estar restrigido a cuadros tan repetitivos puede estar restándole potencial creativo, entonces se impone la tarea de buscar otros temas. Con disciplina consigue abandonar su plaza y pintar algún otro paisaje, alguna nueva escena, pero no es, en absoluto, lo mismo. Las nuevas imágenes son como desconocidos con los que hay que guardar las distancias y la profundidad ya no es posible.
Al día siguiente, arrepentido, como si hubiera cometido alguna infidelidad, vuelve de nuevo a su rincón, inmerso en la tarea a la que está dedicando su vida de manera más que satisfactoria.

No obstante, cuando el autor mira sus cuadros terminados hay algo que no acaba de convencerle completamente. Se podría decir que ha encontrado su paisaje: el mar, las palmeras, las piedras grises,... pero le falta algo, algo imprescindible, el rostro que encaje con aquel lugar, que lo impregne de naturaleza humana.
Cada día espera la llegada de su modelo. Cuando algún turista se sienta frente a él, cuando inicia la tarea de analizar sus rasgos una frase acude a su mente: “¿Será él?” y, posteriormente, con tristeza: “No, éste no es”.
¿Cuántos años serán necesarios para encontrarlo?. A veces se sienta en las terrazas del paseo marítimo y se distrae observando los rostros. Temporada tras temporada van cambiando, los rostros jóvenes van madurándose, aparecen nuevos rostros infantiles y se echa de menos algunos que se habían convertido en familiares, pero el que él espera todavía no ha llegado. Quizás nunca lo haga.

Ya es tarde, es la hora de recoger. Limpia y guarda con paciencia los pinceles. Antes de ir a casa se pasará por el mercado que todavía debe estar abierto. Comprará algún pescado para la cena y una buena botella de vino. También algún capricho para mañana domingo. De vez en cuando, hay que regalarse algo extraordina...
Entonces la vio.
Entre la gente, caminando tranquilamente hacia el rincón donde tiene instalado todavía su puesto. Llevaba un sombrero, un vestido claro, despedía una luminosidad indefinible.
Era Ella. Su modelo.

J. Luis Rodado no sabía muy bien qué hacer. “¿Qué se hace cuando se encuentra así, sin esperarlo, lo que desde siempre se ha estado buscando?”. No lo sabía.
La podría convencer con miles de argumentos. Hablarle de colores, de contrastes, de tonos satinados. Esa plaza y ella eran completamente complementarios, como el rojo y el verde. Pero nada de eso dijo, solamente esperó su llegada y mirando sus ojos semejantes a dos nubes lejanas le preguntó:
- ¿Cómo se llama?
- Luz
- ¿Puedo pintarla, por favor?
- Si.

Nada sabemos de Luz y posiblemente nada conseguiríamos saber por mucho que investigasemos. Era una extranjera, una mujer extraña, yo creo que de un mundo muy diferente (quien quiera conocer algo más sobre Luz debe acudir a este otro blog, de donde es originaria).




Albina, la claridad de su piel se mezclaba con la de su vestido y, ésta, con la de sus alargados cabellos, cubiertos con un luminoso sombrero.

El pintor J. Luis Rodado, nacido en Villainfantes de Don Quijote el 14 de Abril del año 1954, a sus 52 años, se encontraba frente a su trabajo más difícil, estaba a punto de ejecutar lo que sería su obra maestra.
La hora no era propicia (demasiado tarde), las sombras se alargaban en odiosos tonos azulados, pero los ojos del artista ya se habían puesto a trabajar. Matemáticamente, separaba el grano de la paja. Esbozó rápidamente la figura de la mujer incrustándola como la pieza de un puzzle en la plaza, esa plaza abierta en dos de sus laterales al ondulante mar.
Con ella presente cada trazo, tantas veces repetido , cobraba un nuevo significado, una nueva dimensión que la mirada del pintor sabía desentrañar hábilmente. Sin indecisiones el trabajo avanzaba. Únicamente la piel albina de la mujer provocaba alguna dificultad para encontrar tonalidades tan sutilmente aproximadas al puro color blanco. Poco a poco, los trazos del pintor iban haciendo surgir del lienzo la realidad de la plaza.
Entonces la muchacha sonrió. Fue una sonrisa leve, pero suficiente para azuzar el rumor del mar, para balancear ligeramente las altas ramas de las palmeras.
Había que cambiar todo, casi empezar desde el principio.
J. Luis Rodado había estado tanto tiempo preparándose que, de manera inapelable, iba corrigiendo pacientemente pincelada tras pincelada hasta que, tras una pequeña pausa para ver la obra en su totalidad, la dio por terminada.
Respiró satisfecho. El cuadro se llamará: “Luz en la plaza del pintor Rodado”

Iba ya a quitar el lienzo del caballete para mostrárselo a su modelo cuando se dio cuenta que la mujer prácticamente no estaba. Únicamente existía una silueta. La piel de la muchacha era tan blanca, tan uniforme que las sombras eran imperceptibles.
El rostro del pintor se demudó.
Miró el cuadro, miro su modelo. Todo estaba proporcionado, todo encajaba pero la mujer no estaba, había desaparecido del cuadro.

Entonces Luz intervino:
- No te preocupes, siempre me pasa lo mismo. Ni siquiera salgo en las fotos. Como soy tan blanca nadie ha conseguido dibujarme todavía.
J. Luis Rodado no comprendía nada. Por más que miraba al cuadro no conseguía percibir ningún error por pequeño que fuera.
- Lo volveré a intentar mañana, pasado mañana, los días que hagan falta... Lo mejor será probar a una hora anterior. Con más luz, con mucha luz.
- Con más luz es imposible, mejor de noche. Vas a tener que utilizar alguna técnica rara. Una vez alguien intentó pintarme cambiando los colores, como un negativo. La verdad es que, aunque se veía completamente negro, en algo sí que me parecía.

J. Luis, apesadumbrado, le extendió el cuadro para que, por lo menos, pudiera admirar la plaza, el mar, las piedras grises y las alargadas palmeras.
- Toma, es el primer intento. Te lo regalo.
- “Anda, estoy sonriendo”, dijo Luz.

En efecto, entre las sombras de las palmeras y el sonido del mar allí estaba la sonrisa de Luz, y, perfilando la sonrisa, los hermosos labios, la brillante expresión de sus ojos, los albinos cabellos de la muchacha bajo el blanco sombrero.
- Muchísimas gracias. No sabes la alegría que me das. Llevo años buscando algo así.

Y acercándose la modelo besó los labios del pintor.

Que se sepa, es la única vez en la historia que un fantasma, un ser del otro mundo, ha besado a un ser de carne y hueso, como nosotros.

Mientras Luz se marchaba hacia no sabemos donde (insisto, quien quiera saber algo de este personaje lo ha de buscar en un mundo diferente), el pintor acertó a decir:

“Nieves en la plaza del pintor Rodado”, el cuadro se llama “Nieves en la plaza del pintor Rodado”.

1 comentario:

Patricia dijo...

un honor, qué curioso, me encanta esta "colaboración espontánea"! Por fin alguien consiguió besarla ;)