miércoles, enero 10, 2007

TRÁFICO




Esta mañana, al acudir al trabajo había muchísimo tráfico. No me lo explico, pero parecía como si todos nos hubiéramos puesto de acuerdo para ir a trabajar a la misma hora. De las veinticuatro horas que tiene el día, también era casualidad que justamente a las 8 de la mañana, cuando tengo yo que ir, les haya dado a los demás por hacer lo mismo.

Empecé a ponerme nervioso. Quizás, fuésemos todos también al mismo lugar.

Nuestro centro de trabajo es muy bonito, tiene varios edificios y entre ellos hay árboles y hasta una fuente. La verdad es que allí estamos muchísimos. De la mayoría, ni siquiera conozco su nombre e incluso sospecho que habrá muchísima más gente más que nunca he visto y que anden trabajando por recónditos pasillos oscuros, inaccesibles para mí.
Comparando el tamaño de los edificios con la enorme caravana de vehículos que me precedía, sinceramente, me pareció que ganaban los coches.
No creo que tantísimos conductores quepamos en las oficinas y, decididamente, no quería quedarme fuera.
Empecé a efectuar rápidos movimientos de cambio de carril con objeto de ganar algunas posiciones, pero sólo obtuve algún ligero beneficio.
Ya faltaba poco para llegar, así que intenté colocarme lo mejor que pude dentro de mi grupo. Estábamos a unos setenta metros de la curva de las perdices. La cabeza se encontraba tan sólo a un par de cuerpos. Me puse a atacar a tope por fuera, poco a poco estaba recortando. Tenía posibilidades, solamente tenía que aguantar sin ceder durante la recta principal. Sólo un poco más. Casi estaba sin aliento, pero lo conseguí. Por fin, habíamos llegado. Estaba muy bien clasificado. Respiré a fondo.
Al final aparecieron los aparcamientos, algunos de ellos todavía sin ocupar. Muy satisfecho, me dirigí a mi mesa de trabajo, mientras recuperaba el aliento.
Cuando llegué a ella observé que ya estaba ocupada. Una mujer desconocida, muy guapa y atractiva, se encontraba ordenando mis papeles. “Para que no te canses, haré hoy tu trabajo, si no te importa”, me dijo, con una deslumbrante sonrisa.
No podía negarme y como tampoco se me ocurrió otra cosa que hacer, le di las gracias tímidamente y me desperecé.

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