viernes, abril 20, 2007

OPERACIÓN LIBERTAD SIN IRA

El batallón de zapadores de montaña en plenas tareas de estanqueidad y reconstrucción de la presa de Santa Gadea, había habido algún derrumbe sin importancia, fue desprovisto injustamente de su jefe por las cuestiones banales ya conocidas.
Una vez propagada la desgracia y después de contrastadas las fuentes, el batallón de zapadores únicamente pudo, como no podía ser de otro modo, constituirse en asamblea paritaria permanente mientras perdurasen las actuales y tristes circunstancias.
El hombre voluntarioso, ante las grandes dificultades, tensa sus músculos y su determinación de manera que éstas únicamente actúan como un resorte imparable que le infunde un valor sin reservas. Éste y no otro fue, y aún hoy lo sigue siendo, el clima que presidió la asamblea castrense. Parecía que el propio comandante Salvador Buenavista estuviera presente otorgando turnos de palabras, pronunciando diatribas y aplaudiendo las parcas y sentidas intervenciones.
Con la camaradería que reinaba en el batallón, cuanto mayor hubiera sido el número de resoluciones, mayor sería el número de aciertos pero, como el grado de exaltación era tan alto, antes de empuñar las armas, únicamente dio tiempo a aprobar las dos primeras, eso sí, adoptadas de manera firme y unánime.

  1. Huelga general extraordinaria y simbólica de 5 minutos en memoria del ausente.
  2. Ejecución sin demora de la operación Libertad sin ira que se iniciaba con la declaración del estado de guerra contra el pueblo de Fuencisla y solo terminaría cuando se produjera la inminente liberación del comandante.



Después de los excesos cometidos en la persona de Salvador Buenavista, el pacífico pueblo de Fuencisla meditaba sobre la corrección de su proceder. Por un lado, grande era el castigo que se había infringido al forastero, pero ¿de qué otra forma podía responderse ante tan graves ofensas?. En pleno examen de conciencia se recibió la noticia de la declaración de guerra.
Si, ante la adversidad, en el batallón de zapadores los ánimos se enardecieron, extrañamente y por no se sabe qué ocultas las razones, en el corazón de Fuencisla, los efectos fueron justamente los contrarios. Las familias se fueron a sus casas, las puertas se cerraron y por vez primera vez en la historia de Fuencisla parecía que la ciudad o no existiera o ya estuviera destruida.
Para acordar las capitulaciones y evitar en lo posible el saqueo indiscriminado de la localidad se reunió en el Ayuntamiento la Comitiva para el proceso de paz dispuesta a asumir cuántas cargas fueran necesarias. En el seno de la comisión aparecieron en un principio ciertas divergencias, que se tornaron en serias discusiones y al final desembocaron en un estruendoso bullicio, en el cual cada cual pugnaba por una rendición diferente que, incluso con la propia vida, estaba dispuesto a defender.
En esto, en toda aquella vorágine, una voz potente procedente de los calabozos calló de manera inmediata todas las demás:
Fuencisla no se rinde. Fuencisla resiste. No pasarán.

En efecto, Salvador Buenavista, dirigente de almas y soldados, no pudo guardar silencio ante aquellos hombres sin guía que pedían a gritos autoridad y disciplina. La razón para la que había venido a este mundo era dirigir a las masas y era lo que estaba dispuesto a hacer. Con esas sencillas palabras había tomado voluntariamente el mando absoluto de la situación y cargado la defensa de Fuencisla sobre sus espaldas.

No obstante, si la bravura no hubiera ofuscado el sentir de Salvador Buenavista, jamás hubiera asumido tan descomunal tarea. Justamente nos encontrábamos en el momento más crítico de toda la historia geo-estratégico-militar. La batalla de Fuencisla será considerada como el prototipo de enfrentamiento límite, la madre de todas las batallas, y así será analizada y estudiada en todas las Academias Militares del mundo.
No era para menos. Salvador Buenavista al mando de las tropas fuencislenses iba a combatir al batallón XXII de zapadores de montaña que él mismo dirigía. Se trataba de una lucha sin parangón que sobrepasaba en mucho la crueldad de una guerra civil. Puesto que el comandante en jefe es la mismísima personificación del ejército, Buenavista iba a organizar y disponer sus tropas para causar el mayor dolor sobre sí mismo. Iba a hostigar a sus propios soldados, abatir sus propios defensas, lanzar estudiadas maniobras para minar tanto su propio ánimo como la moral de sus tropas.
Cualquier otro ser humano hubiera enloquecido sólo con plantearse esta situación. Nuestro comandante, sin embargo, simplemente sonreía sabiéndose victorioso, quizás por partida doble, con un extraño halo brillante en el corazón de su perdida mirada.
Nunca sobre la faz de la tierra se contemplaría a lo largo de los siglos mayor espíritu guerrero, más inteligencia militar, tanta astuta fiereza, como en aquellos siguientes días se vería en el campo de operaciones de Fuencisla.

Una vez que fueron abiertas las puertas del presidio el comandante pasó revista a la Comisión para el proceso de paz, ahora ya desprovista de funciones. Quienes minutos antes discutían anárquicamente, ahora en rígida posición firme retenían el aliento ante la presencia de su jefe anhelando instrucciones que seguir ciegamente, tal era el respeto que de manera espontánea infundía el héroe en sus disciplinados hombres. Instrucciones que para maravilla del mundo pronto aquí mismo serán fielmente relatadas.

3 comentarios:

Mar dijo...

¿quién quiere telediarios, periódicos, internet o cualquier medio de comunicación teniendo esta crónica tan a mano?
En ascuas estoy por saber las instrucciones

Anónimo dijo...

Hola "fuencisleros".

Si tanto habláis de Fuencisla... Sabéis de qué ciudad es patrona?

P.D.: Por qué estáis tan obsesionados con ese nombre?

Asir dijo...

Sr. anónimo:
No estamos obsesionados con ningún tipo de nombre, simplemente hablamos de nuestra ciudad. Como puedes comprobar en la entrada APARICIONES
los fenómenos acaecidos en nuestra villa han dado lugar a numerosos cultos en diversas partes del mundo. Sin duda te refieres a alguno de ellos.
Muchas gracias.

P.D: Somos fuencislenses o bien fuencileños. Aquí y en la china popular. Nunca fuencisleros.