LA GACELA
La gacela caminaba hacia el norte y hacia el oeste, buscando la noche. Como su corazón también era oscuro, le gustaba mirar en la imprecisión de la noche con sus ojos marinos pero que estaban tan habituados a la sed de las regiones polvorientas de donde venía.
Un pozo se había instalado más abajo de la dulzura superficial característica de las gacelas. Absorbía las pequeñas luces nocturnas llegadas de mundos lejanos como si fueran chispas relucientes de vida y le hicieran falta.
El rastro que traía la gacela se perdía sobre la nieve más allá de nuestro horizonte. Eran huellas sobre prados, sobre sierras, sobre arena, desiertos y grandes superficies cubiertas de matojos, huellas tan lejanas como las nubes de antiguas primaveras recordadas como muy torrenciales.
Por eso, cuando los soldados contemplaron a la gacela se quedaron boquiabiertos, como si el tranquilo caminar de un animal por nuestros campos se hubiera convertido por arte de magia en un maravilloso espectáculo.
Andaba despacio, de vez en cuando se detenía para olisquear los restos de la batalla todavía hierros calientes, que ella muy bien pudiera confundir con nuevos matorrales, muy diferentes de los que nacían en el mundo que había abandonado, humeantes y negros en paradójico contacto con el manto nevado.
Por qué no se espantó con las terribles explosiones y el olor de la guerra, es algo que quizás nunca podamos explicarnos. Posiblemente, para la gacela, Fuencisla fuera un terreno tan completamente nuevo que todo lo aceptaba sin más, sin recelar en posibles peligros que pudiera encerrar.
Así, para nuestra sorpresa, continuó tranquilamente avanzando, mirando hacia uno y otro lado, hasta que se detuvo para mirarnos. Sus ojos eran grandes y salvajes. Se notaban inmensos en lágrimas y profunda belleza.
Ni nuestras armas, ni nuestra militar apariencia atrajo demasiado su interés pues continuó sus tareas investigadoras a lo largo del valle sin prestarnos mucha atención.
Desde entonces todos en Fuencisla conocemos a la gacela sin necesidad de presentación y es fácil escuchar conversaciones anónimas donde ella es la protagonista.
- ¿Has visto hoy a la gacela?.
- Sí, estaba bebiendo agua junto al río.
- Claro, debe ser para refrescarse los ojos.
Se ha convertido en un fuencislense bastante famoso, igual que la nieve, los zapadores o el cielo azul.
La verdad es que nos apenó mucho que nos visitara en aquellas circunstancias y enseguida empezamos a indagar para encontrar un lugar tranquilo donde poder acogerla por si quería quedarse algún tiempo. Pensábamos en algún establo que tuviera un buen abrevadero donde poder colocar la paja, pero cuando quisimos darnos cuenta ella misma se había instalado en la Casa de Cultura, Área de la Juventud, junto a la Papelería y Objetos de Regalo de Ramón J. Guerrero. Debió pensar que era lo más inservible y abandonado que teníamos. Por cierto no come paja. Lo que mas le gusta son las migas y el ajo, eso sí con poco aceite, lo digo por si alguna vez te encuentras con una gacela y quieres quedar bien invitándola a cenar y eso.
Pues bien, Pi, que así se llamaba la gacela, según dijo, había llegado hasta Fuencisla después de muchas largas jornadas de camino, aunque ahora ya no sabía si debía continuar o quedarse. En realidad, había estado caminando durante tantos kilómetros por placer, simplemente buscando la noche, siempre hacia el oeste y al norte, para que el día se fuera haciendo más pequeño y poder estar más tiempo con sus amigas las noches. Durante el sol, toda su vida había estado acechada por guepardos muy rugidores y molestos que le hacían correr aburridamente por la sabana, aunque nunca llegaron a atraparla.
Su objetivo era llegar a situarse suficientemente arriba del planeta como para que simplemente caminando pudiera estar casi siempre de noche, con las estrellas, con los vientos fríos y los silencios inquietantes.
Si subía lo suficiente podría caminar en un día un recorrido completo sobre un meridiano y así siempre sería de noche, como a ella le gustaba.
Para Pi era muy importante que llegara otra vez esta noche. Cada día cada noche. La luz le secaba la lengua y empañaba sus sueños.
1 comentario:
A otra que le gusta la noche... mira...
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