LA COMIDA: ENSALADA DE PASTA
Comer en el camping de Peñascosa no es tan fácil como pudiera parecer.
En primer lugar no tengo escurridor para colar la pasta cocida, tampoco tabla para trocear las hortalizas, ni siquiera hay posibilidad de adquirirlos en la tienda, pues carecen de existencias.
Utilizo la caja de herramientas como improvisada tabla y, en lugar de un calcetín, le hago unos agujeritos con el tenedor a una bolsa de plástico.
Pues bien, continuo con los preparativos y, una vez que tengo disponibles todos los ingredientes, incluyendo los aparatos de cocina, aparecen los gatos.
Los gatos son tres y, al principio, maullan lastimeramente para darme pena, pero viendo que no surte efecto y yo sigo a lo mío, se van aproximando lentamente con la sana intención de robar algo. Les doy una voz pensando en asustarlos, pero, como deben tener bastante hambre, hacen caso omiso a mis conminaciones.
¿Por qué no os vais a cazar ratones y me dejáis tranquilo?.
Ni caso, salvo en Peñascosa, no he visto a ningún felino interesarse por lechugas, zanahorias y tomates. Deben tener mucho hambre.
Hace unos días, con el camping lleno de gente, habría comida en abundancia para tanto gato, pero ahora ha llegado la época de las vacas flacas y los gatos están desesperados.
Como no es plan de tener a estos ladrones merodeando, que me la van a armar en cuanto me descuíde, agarro un palo y reparto golpes por el suelo, a ser posible a una distancia inferior a medio metro de cada uno de los gatos, los cuales se han percatado de que, quizás, me pudieran estar molestando un poco y optan por alejarse.
Una vez resuelto temporalmente el problema gatuno, paso a describir la operación de enjuagar y limpiar de almidón las espirales de pasta.
En efecto, voy provisto del cazo humeante en la mano derecha y de la bolsa-escurridor en la izquierda. Me aproximo a la fuente del agua fría e inicio la primera fase que consiste en añadir agua fría al cazo para que baje la temperatura antes de introducirlos en la bolsa.
Al olor o calor del guiso, un ejercito de insectos voladores, con predominio de moscas y abejas, hacen acto de presencia, sin saberse ni su procedencia, ni sus intenciones.
Como el artefacto escurridor no ha pasado control de calidad alguno, desgraciadamente no desagüa con la suficiente rapidez, más bien lo hace gota a gota. Esta tardanza es aprovechada por los insectos para joderme bastante bien, intentar que sé yo qué y emitir un zumbido colectivo amenazante.
Como yo no suelto mi comida, ni los insectos se alejan de allí, no me queda otro remedio que efectuar unos giros de bolsa-escurridor con objeto de que la fuerza centrífuga incremente la velocidad del agua, al mismo tiempo que recorre el espacio aéreo ahuyentando a sus molestos ocupantes.
Posteriormente, perseguido por los bichos llego hasta el plato donde vuelco a todo correr la pasta, sazono y revuelvo ostigado por el tropel volador que debe estar hambriento.
Huyo en varias direcciones pero no consigo despitarlos.
Por último, me meto en el coche que juzgo único lugar donde podré comer. Tres moscas perseguidoras han conseguido tambien infiltrarse en el interior. El plano de Alcaraz hace las veces de matamoscas. Una muere al comienzo de la avenida de Alfonso VIII, otra en la calle del Postigo, esquina Barrera, la última en la plaza del Tercio.
Sin funerales ni dolor de corazón, a salvo y tranquilo, me como la ensalada de pasta salvada. Está riquísima. No sé si las prisas me han hecho buen cocinero o si tengo tanto hambre como mis enemigos.
Mientras saboreo y mastico lentamente estos alimentos, no me extraña que tantos enemigos quisieran, si no arrebatarmelos completamente, sí, al menos, compartirlos.
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