viernes, febrero 16, 2007

PASTEL DE CUMPLEAÑOS



No se estaba tan mal allí dentro. Cierto es que no disponía de luz y que el espacio era muy reducido, pero merecían la pena todos estos pequeños esfuerzos, si atendemos al resultado final.
Para combatir la lentitud del tiempo estaba provisto de cigarrillos, un libro y algo de música, aunque todavía no había empezado a utilizarlos a pesar de que, según calculaba, llevaría ya unos veinticinco minutos acurrucado, por lo menos.
El tiempo, allí dentro, era parecido al de una noche en vilo que nunca se termina. Había hecho muy bien en no traer el reloj fluorescente. Mirarlo cada cinco minutos es muy inquietante para el que únicamente espera.
Sólo se escuchaba el silencioso respirar propio, nada. No sabía por qué, pero, pese a estar inmerso en la más absoluta oscuridad, tenía los ojos sumamente abiertos, como platos. Había que relajarse, acompasar la respiración a la quietud de aquel incómodo sitio. Fueron cerrándose suavemente los párpados a la vez que aparecía en la mente la luz de la imagen de Rafaela.
Rafaela, la muchacha que desde hacía un par de años se había colado sin avisar en el interior de la cabeza. Rafaela, el centro del universo. Rafaela celebrando su cumpleaños y a punto de soplar las velas de una tarta con sorpresa.
Imaginaba qué cara pondría al verlo salir de allí dentro, como si fuera la última escena de una película technicolor en la que ellos dos eran los protagonistas.
Sonriente y encantador, del interior del pastel aparecería él, el auténtico regalo de cumpleaños y todos los invitados aplaudirían con lágrimas en los ojos, especialmente ella misma, por cuya felicidad Rafael era capaz de hacer todo aquello y mucho más.

Pero, ¿cuánto tiempo tendría que resistir allí dentro, todavía?. La respuesta no era preocupante, es más, una nube de chocolate procedente de la reacción entre las capas inferiores de la tarta y la complacida paciencia de Rafael lo sumió en un reparador y delicioso sueño.
El durmiente y la oscuridad se habían fundido en un prolongado abrazo que solamente el transcurso del tiempo podría deshacer.

En la confusión que siguió a su turbulento despertar, Rafael, sin embargo, no hubiera sabido ni el tiempo ni el lugar en que se hallaba, si no hubiera acertado a incrustar la mano derecha hasta casi el codo en las profundidades del pastel. Este movimiento accidental, por fortuna, le proporcionó una alimentación abundante que, posiblemente, tras el disfrutado descanso, era lo que más necesitaba.
Tal era el hambre, que hasta que devoró con rapidez toda la ración no se tuvo por contento, ni recabó en la importancia que tenía una cuidada higiene en esta delicada situación. El mal ya estaba hecho y los restos del convite prestaban al firmemente enamorado una dulce y oscura apariencia, sobre todo desde los alrededores de la boca hasta las mismísimas cejas.
A la manera de los pulcros felinos tuvo que ir reconstruyendo su aspecto relamiéndose con gusto la fina capa de chocolate que bronceaba su otrora pálida piel. Ante el temor de que el tan esperado momento se fuera a producir de inmediato y para asegurarse que el aseo había sido efectivo encendió el primer cigarrillo. A cada chupada se iluminaba ligeramente la estancia, pudiéndose comprobar que las dimensiones del recinto eran más generosas de lo que en un principio, por miedo a rozar el pastel, había supuesto. Constaba el habitáculo en dos diferenciados ambientes: dormitorio y sala de estar.
El dormitorio era, básicamente un confortable colchón de aire que, por descuido, todavía no había sido utilizado y una percha de donde colgaban pijama y albornoz. La sala de estar, equipada de mesita, sillón orejero y chimenea, permitía estirar completamente las piernas aunque no del todo los brazos. Echó de menos la televisión, el frigorífico, el microondas y el baño, sobre todo esto último, aunque, después de la minuciosa limpieza a que se había sometido, no era necesario, por el momento.

Estos pasteles sorpresa de chocolate están muy bien pensados, los hacen a conciencia, se dijo para sí. He elegido muy bien la empresa multinacional suministradora.

En esto se abrió una trampilla hasta ahora oculta y cuando pensó que el momento de salir había llegado, al toque de una campanilla se le proporcionó el desayuno: café con leche, tostadas y sándwich de jamón. ¡Buen provecho!, se escuchó desde el otro lado de la pared. Gracias, ¿falta mucho?. Pero no obtuvo respuesta.

Los días en el interior del pastel de chocolate fueron transcurriendo monótonos, sin pena ni gloria. Si no fuera por los apuros que las inexcusables necesidades fisiológicas le producían, se diría similares a los de su vida normal. El trasiego de residuos se hacía a través de la trampilla y según horarios decididos sin haber sido consultado previamente. Este hecho puso en peligro en más de una ocasión la salubridad del pastel. Rafael quiso interponer alguna reclamación pero la rapidez con que actuaban los hacendosos camareros no le dieron oportunidad.
Posiblemente, en el interior de un pastel, los hábitos del cuerpo sufren severas alteraciones. Los intestinos se comportan de modo hiperactivo y las sesiones de sueño suelen ser muchas y de corta duración. Si no fuera así se diría que ya habitaba el pastel durante varias semanas. Llegó a pensar que, con la excusa del cumpleaños, había sido secuestrado por una banda de delincuentes que solicitaban un elevado rescate a fin de enriquecerse pero, ante la escasez de sus haberes, desechó la idea.

Cuando había perdido gran parte de las esperanzas iniciales, una música triunfal retumbó en el exterior del pastel. En lugar de la pequeña trampilla, esta vez una muchísima mayor se abrió de par en par, inundando de luminosidad el asombrado rostro de Rafael, que creyó ver visiones, tal era el efecto que produjo en sus atrofiados ojos el cambio de intensidad lumínica.

Allí estaban todos. Todos los que tenían que estar:
Sus padres, junto a su hermana Rosalía que llevaba un formidable ramo de rosas negras. Sus compañeros de trabajo encabezados por el director de recursos humanos, que portaban sonrisa de circunstancias y placa conmemorativa.
Sus amigos, tanto de barra como de facultad, mezclados en amigable camaradería y entonando exaltados canciones de la famosa tuna compostelana.
Y, descendiendo de las alturas, Rafaela, acompañada por dos niños a modo de angelicales criaturas que, con primor, le ayudaban en el transporte de suntuosos plumajes, aderezados con ropajes de delicada seda transparente.

Había merecido la pena. Lo habían sorprendido de verdad. Él era el verdaderamente homenajeado. Un cartel anunciador lo proclamaba con caracteres rojos sobre fondo gualda: “Feliz 47 cumpleaños, 24 de Febrero de 2007”.
En efecto, recordó, tal día como hoy hace cuarenta y siete años exactamente llegué a este mundo en un pequeño pueblo de la submeseta sur. Desde entonces, con sacrificio, había hecho grandes avances hasta convertirse en el hombre de provecho que todos reconocían.
Quiso esbozar unas sencillas palabras de agradecimiento pero, en lugar de esto, una traidora lágrima verdadera rodó por su descuidada barba, ya ochenta y ocho días sin afeitar.
El cielo, se dijo, debe ser exactamente como un pastel de chocolate en el centro de una luminosa sala de fiestas blanca.
Cuando descendió del todo Rafaela, visiblemente pálida por el miedo con que había afrontado la bajada, no tuvo por menos que ponerse tres de sus dedos enfundados convenientemente en unos apropiados guantes sobre la sensible nariz. Los infantes de compañía se pusieron desconsolados a llorar y un estruendosa ovación procedente de todos los rincones se mezcló con los acordes del himno nacional.

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