VALENTIN Y CAPITAN
Valentín Gallardo, soltero e hijo único, quiso ser paje y para ello lo llevaron a la noble casa de los Rocafría. Como el muchacho era zurdo y la sopa se sirve a derechas, lo nombraron primer paje del pajar, ocupándose, en lugar de servir a los señores, de atender a los animales, menos exigentes en cuanto a la utilización de las manos se refiere.
Entre los animales propiedad de la casa existía una vacada de reses bravas del encaste de Jijona, que campaba a sus anchas por una sierra cercana. De todo el ganado, un toro color del fuego, al que Valentín llamaba Capitán,sobresalía por su bravura, que era tanta que no sólo arremetía a los vaqueros sino también a sus propias compañeras, con las cuales se ensañaba, sin que se supiera el motivo.
Un día Capitán, bastante asustado, se alejó del resto de las reses buscando las cumbres de la sierra y Valentín, que todavía no era santo, hubo de salir en su busca siguiendo la sendilla que lleva a la ermita de su futuro colega, San Cristóbal. Se celebraba allí en esos momentos una verbena, y Valentín se entretuvo un poco mirando las gentes que bailaban. De pronto una buena moza, conocida desde entonces por Valentina, se acercó al muchacho y le estampó, como era tradición, un huevo duro en la frente.
Corría el día 14 de febrero de 1731 y fue tanta la vergüenza que pasó el santo que desde aquel día se dedicó por entero a cuestiones teológicas, siguiendo el ejemplo de su amigo Capitán, el cual desde el monte, negro de coraje como un anuncio, había contemplado una afrenta similar a las anualmente practicadas también por algunas especímenes del ganado vacuno.
Desde aquel día, conociendo la fragilidad del sexo contrario, las mujeres en connivencia con los mercaderes, tomaron la costumbre de chantajear a sus maridos, haciendo su agosto a mediados de febrero.
Esta, y no otra, es toda la relación que existe entre San Valentín, los toros y el famoso día de los dulcemente enamorados.
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