CUIDADOS
Cada vez que te miro, Henar, veo a la niña que fuiste, jugando. Juegas a correr, a esconderte, a imaginarte en salones de baile rodeada de luces y de príncipes.
Desde entonces, desde que eras una niña, ya ha pasado mucho tiempo, pero todavía conservas la impaciencia por crecer en tus ojos.
Quieres saberlo todo de golpe y los ojos se te agrandan preguntando a través de un inquietante y lujurioso brillo.
Tú no lo sabes, pero me paso mucho tiempo mirándote. Es mi recompensa.
Por ejemplo, cuando, después de pasar el aspirador, de poner la lavadora o de llenar el frigorífico, voy a verte y te pregunto si te has tomado la leche o las pastillas, en realidad, conozco de sobra las respuestas y aunque me guste oírlas, lo que más me agrada es mirarte.
A veces me sorprendes y te veo jadear tras una pelota o perderte en un bosque oscuro, aunque conocido. Me cuentas todo lo que has sido sin decirlo. Cuando empecé a quererte, también empecé a descifrarte.
Quizás no sea completamente cierto todo lo que, sin saberlo, me has ido diciendo durante estos años. No podría situar concretamente los sucesos. Sé, por ejemplo, que tus labios por primera vez temblaron en un parque, debajo de un árbol viejo, pero, ¿de qué ciudad?, ¿en qué día del año?.
Ya sé que estos detalles no tienen importancia. Con las medicinas, con las curas, hay que tener disciplina, llevar un control rígido del tiempo, pero las palabras y las imágenes vuelan de ti hacia mí y en el camino se pierde lo que es demasiado pesado para el aire.
Yo, en cambio, te cuento poco. Te leo el periódico, te comento las noticias de la radio, pero nunca te hablo de mí. Yo también fui un niño al que le gustaba correr y perseguir al aire. Cerraba los ojos y volaba como una cometa perdida. Me gustaría que supieras todo ello, también que estoy aquí haciendo de cada día, un día propio.
Por ejemplo, me gustaría decirte que ayer, Henar, estuve ordenando el armario de las herramientas (cada vez hay que dejarle más espacio al botiquín y a las medicinas). Lo hice para ti, por si te levantas alguna vez, para que encuentres todo en su sitio, como a ti te gusta, aunque las tijeras, aquellas con las que querías que te cortase el pelo, las he tirado. Ahora están en la basura. Me daban miedo. No quiero que haya nada cerca que me recuerde lo que tengo que hacer. Mientras tus ojos se muestren expresivos, yo estaré tranquilo, esperando.
Ten por seguro, mi amor, que no voy a permitir que el dolor acabe con todo lo que has sido.
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