jueves, marzo 15, 2007

¡¡¡FUEGO!!!


Antes de ir a la ducha, aquel aciago día me encontraba triste de ánimo y apesadumbrada. No sabía cuál de estas dos turbias sensaciones provocaba, en mayor medida, el malestar en que se debatía mi organismo, fácilmente detectable por la crispación del rostro y por los exabruptos que, ante cualquier contratiempo, prorrumpía.
Maximiliano con un mesurado silencio me reprochaba de forma sutil mi actitud, a su juicio, egoísta, aunque no hacía sino acrecentarla. Era tal la impaciencia que me producía su presencia, que empecé a sentir molestias en la región lumbar, bastante relacionada en mi persona con el aparato digestivo. Así fue como se inició la secreción de jugos gástricos que fueron concentrándose hasta producir pequeñas ulceras pépticas sobre el tejido duodenal, muy sensible tanto a la inquietud como a la ansiedad.Maximiliano, a quien yo decía ‘Más’ o ‘No’, según empezara por delante o por detrás, persistía en una creciente actividad que consistía en recorrer la casa en busca de cerillas y material combustible. A ello había dedicado las últimas horas de su callada existencia. El brillo de sus ojos denotaba expectación, al igual que su apenas disimulada y malévola sonrisa.
Hermético en su proceder, la incertidumbre en que me sumía afectó también a mis pulmones, entorpeciéndose la respiración. Viéndome tan mal, intenté solicitar su ayuda, pero el miedo y la falta de aire me impedían expresarme compresiblemente, acertando únicamente a emitir débiles sonidos que apenas llegaban a sus oídos: ‘Más, Más, No, Nooo, ay, ayyy, ahhhhh,ahhhh, Máaaas, Nooooo’.
Maximiliano, creyendo que me estaba masturbando, y que eran sus preparativos la causa de mi supuesta excitación sexual, prendió el fuego acercándolo en una improvisada antorcha, dispuesto, como siempre, a complacerme en mis más íntimos deseos.
El humo espeso afectó a la tensión muscular y fui presa de una especie de ataque epiléptico, contorneándome en convulsiones violentas donde prevalecían los movimientos pélvicos. Maximiliano, fuera de sí, se abalanzó sobre mí con gritando que era un invencible guerrero. De pronto todo se fue haciendo oscuro a mi alrededor.
Fue lo último que recuerdo de aquel aciago día, que Maximiliano recuerda constantemente llamándose a sí mismo el hombre de las cavernas y procurando repetir.

1 comentario:

Mar dijo...

jajajajajajaja ¡genial!!